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Mostrando entradas de agosto, 2007

Todos éramos de izquierda

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En 1979, cuando estaba de año sabático en el Instituto Tecnológico de Georgia, mi vecina en La Vista Villas –una señora mayor de origen griego – me dijo que había que sacar a patadas al presidente Carter de la Casa Blanca. Al indagar sobre las razones en las cuales ella sustentaba su drástica posición, me dijo que bien se lo merecía, por haberle entregado el canal de Panamá a los panameños. Bastó que le preguntara “Whose channel?” (¿el canal de quién?) para que mirándome como gallina que ve sal, diera por terminada nuestra conversación. No sé si salió a comentar con las otras viejitas del condominio o con sus hijos, que tras la apacible figura de su vecino se ocultaba otro comunista más. Igual me sucedió en Chicago cuando estaba estudiando postgrado, me tenían por comunista por haber leído la Fábula del Tiburón y las Sardinas del ex presidente de Guatemala Juan José Arévalo. No hay que olvidar que por esta obra, al padre de la democracia guatemalteca también lo tildaron de comunista.

Los estudiantes contra la dictadura

En 1952, cuando la Junta de Gobierno permite que se lleve a cabo la convocatoria a representantes de una Asamblea Nacional Constituyente, el objetivo primordial no era exactamente la elaboración de una nueva constitución, sino el hecho de que dicha Asamblea elegiría al Presidente Constitucional para el periodo 1953-1958. Como los resultados no favorecieron al gobierno, estos fueron invertidos, fraguándose así un nuevo golpe de estado. Ese clima político, sustentado en un fraude, era el que se había vivido en Venezuela por casi cinco años cuando yo ingresé a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela en septiembre de 1957. En ese entonces yo no había participado ni mucho menos dirigido acción política alguna, ya que había estudiado los primeros cuatro años de bachillerato en San Juan de los Morros bajo una férrea supervisión paterna y cuando curso el quinto año en Caracas en el liceo Carlos Soublette, lo hago bajo la amenaza de una caución que mi anciano abuelo fue

La militarización del Fermín Toro

Ante la resonancia inmediata que en el Palacio de Miraflores tenían los disturbios estudiantiles del vecino Liceo Fermín Toro, la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez apeló al sencillo expediente de clausurarlo. Así, cuando en julio de 1956 aprobé el año más avanzado que se dictaba en el Liceo Roscio de San Juan de los Morros, el cuarto año, encontré cerradas las puertas de la institución que me correspondía de acuerdo a la zonificación educativa. Porque debía emigrar de la bucólica capital del Estado Guárico para culminar la secundaria y la escogencia obligada fue Caracas, donde mis abuelos maternos me habían apartado un rinconcito en su modesta vivienda de Gloria a Sucre 23, en la parroquia La Pastora. Ingresar a alguno de los pocos colegios privados de prestigio que ya existían en ese entonces en la capital, fue algo que jamás se consideró en el círculo familiar dado lo exiguo de nuestros recursos económicos. Además, los liceos de mayor fama, los de probada excelencia, eran lo

Del Cuquero y sus alrededores

Cuando en 1974 Lorenzo Fernández fue candidato presidencial de COPEI, yo ya llevaba siete años siendo socio del Diners Club y siempre recibía la tarjeta de crédito con mi nombre perfectamente troquelado. Pero ese noviembre me llegó a nombre de Luis Lorenzo, lo cual indica que muchas veces uno no lee lo que está escrito y oye algo distinto a lo que le dicen. Ese es el secreto de muchos de los que se dicen políglotas y hablan bajito, para que el cerebro del interlocutor complete el discurso. En el caso del dinero plástico la distorsión vino por la intensidad de la campaña política, pero no es de eso de lo que quiero hablar, sino del sobrenombre y sus alrededores. Para ello arranco con lo que le pasó al amigo Isidro Alonso, quien se quejaba de que Gamaliel González en vez de contestarle la pregunta que la había hecho por el celular, lo había mandado a hablar con la OEA. Pero si Gamaliel hubiera dicho Comiquita en vez de Ojeda, otro gallo habría cantado. Sin ánimo de ofender a nadie, al fi