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Los gatos no comen fieltro

Estas reminiscencias las justificaré con una cita del poeta Ramón Palomares, la cual pensé usar como epígrafe en “Entre gigantes de piedra” y que omití involuntariamente: “Si volver al pasado lo llaman evasión, que se le va a hacer, la gente tiene derecho a salir de sus cárceles” Siempre he pensado que mi gran afecto por la Universidad Simón Bolívar surge del hecho de que yo me crié en un pueblo pequeño: San Juan de los Morros. A pesar de su condición de capital del Estado Guárico desde que dejó de ser parte de Aragua, el San Juan de mi adolescencia no ha había dejado de ser una gran aldea donde casi todos se conocían. Su cálido clima era lo que más le convenía a la salud de mi padre, Francisco de Paula Loreto Loreto, y allá fue a desempeñarse como Director Seccional de Estadística. La ubicación de su trabajo, equidistante entre la Caracas natal de mi madre y Calabozo, su terruño, resultó providencial en época de vacaciones. Cuando en la Simón Bolívar las vacaciones escolares no coinci

Entre el Masparro y la Yuca

Cuando mi padre Francisco de Paula Loreto Loreto debía enfrentarse a una situación que aparentemente no tenía salida, en lugar de expresar que estaba entre la espada y la pared, decía que se encontraba entre el Masparro y la Yuca. La frase seguramente la adquirió trabajando como caporal en la construcción, a pico y pala, de la carretera que une a Acarigua con Guanare y Barinas. Este puesto lo consiguió en enero de 1936, bajo el gobierno provisional del General Eleazar López Contreras. Empezó trabajando en el sitio de Sebastopol en la antigua carretera Caracas – Los Teques, a mitad de camino entre Las Adjuntas y Los Teques. Disponer de un sueldo le permitió finalmente, en mayo del mismo año, contraer nupcias con mi madre Olga Teresa Rodríguez. Durante los primeros treinta y tres años de su vida, mi padre no conoció otro presidente que no fuera Juan Vicente Gómez y creía que éste iba a ser eterno. También solía decir que de no haber muerto Gómez, le hubiera gastado los barrotes de hierro

La vera encabuyada

Salvo por unas escasas líneas, las vivencias de mi infancia y juventud recogidas en “Entre gigantes de piedra” pretenden haber surgido de mi memoria. Lo que sigue tiene un tinte de onírico, de leyenda, porque aun cuando soy el meollo de la trama, son cosas que a mí me contaron, un pasado referencial. Lo que si puedo afirmar con toda certeza, es que hace algún tiempo una placa adorna la fachada de la casa que se menciona más adelante. Pude identificarla aunque no conserva el número original (número tapado con barro decía yo y mi mamá me corregía), porque tuve la ocasión de localizarla con precisión años ha, cuando no era nada arriesgado adentrarse por esa calles aledañas a la avenida Baralt y al mercado de Quinta Crespo. Cobrar el sueldo o el salario e irse a gastarlo en aguardiente es una inveterada costumbre del venezolano. Y cuando el fin de semana coincide con el fin de quincena, el consumo de bebidas espirituosas en los alrededores de los expendios de licor, en las casas de tanto