Entre el Masparro y la Yuca
Cuando mi padre Francisco de Paula Loreto Loreto debía enfrentarse a una situación que aparentemente no tenía salida, en lugar de expresar que estaba entre la espada y la pared, decía que se encontraba entre el Masparro y la Yuca. La frase seguramente la adquirió trabajando como caporal en la construcción, a pico y pala, de la carretera que une a Acarigua con Guanare y Barinas. Este puesto lo consiguió en enero de 1936, bajo el gobierno provisional del General Eleazar López Contreras. Empezó trabajando en el sitio de Sebastopol en la antigua carretera Caracas – Los Teques, a mitad de camino entre Las Adjuntas y Los Teques. Disponer de un sueldo le permitió finalmente, en mayo del mismo año, contraer nupcias con mi madre Olga Teresa Rodríguez. Durante los primeros treinta y tres años de su vida, mi padre no conoció otro presidente que no fuera Juan Vicente Gómez y creía que éste iba a ser eterno. También solía decir que de no haber muerto Gómez, le hubiera gastado los barrotes de hierro a la ventana de la casa de mis abuelos, en la esquina de Albañales, a una cuadra de la plaza Capuchinos de la parroquia San Juan, ya que cuando Gómez no había manera de ganarle un centavo a nadie. La boda fue en la iglesia de San Juan Bautista, frente a la plaza Capuchinos, en la cual oían misa los domingos los ricos de El Paraíso. En ese entonces la parroquia San Juan no era zona de malandros.
En julio de 1936 Francisco de Paula fue transferido a los llanos occidentales y se instaló en Acarigua. Trabajaba toda la semana en Barinas y los fines de semana, que empezaban el sábado por la tarde, iba para Acarigua. En aquellos momentos tuvo mi madre su primer embarazo y como mi padre no quería que pasara los ríos en esa condición, ella ni siquiera conoció en ese entonces Guanare, a donde deseaba ir a visitar el santuario de la Virgen de Coromoto. En enero del 37 mi madre contrajo paludismo; como tenía siete meses de embarazo el médico le recomendó irse para Caracas, pues si le repetía el paludismo podía perder la criatura. De esta forma, el primero de mis hermanos nació en Caracas, al igual que lo haríamos cinco de los siete restantes.
Partiendo de Barinas, el trazado de la carretera hacia Guanare y Acarigua sigue una dirección noreste. Al pasar Barinas, el río más importante es el Masparro, el cual se forma en el ramal de Calderas, en la cordillera de Mérida, a unos 2.100 metros de altitud. Toma, desde sus inicios, la dirección hacia el sureste que afluye al río Apure. Recibe por el oeste los ríos la Yuca, Armadillo y Caipe; por el este, el caño Raya Masparro. Como se ve, el Masparro y presumiblemente la Yuca, tienen un cauce perpendicular a la carretera, o dicho en criollo: quedan completamente atravesados. En ese entonces no existían puentes y los vehículos tenían que vadear, operación sólo posible en verano, ya que en invierno los sitios de fondo firme y poco profundo desaparecen bajo las caudalosas corrientes, ya que como dicen por allá: cuando el río trae agua, trae. Un artículo que publiqué en 1995 en una revista de la Universidad Simón Bolívar, titulado “El telégrafo está de regreso, para quedarse” y que trata sobre el provenir de las comunicaciones digitales, empezaba diciendo que: “Allá por el año treinta y seis, cuando los telegramas viajaban raudos colgando por las autopistas eléctricas de cables de cobre y tenían la hoy inusitada virtud de llegar a su destinatario, el recién casado que construía carreteras en Barinas le comunicó a su esposa: - El treinta y uno por la mañana estaré contigo para recibir juntos el año nuevo- promesa que incumplió muy a pesar suyo, por no contar con la crecida del Masparro que aisló a Barinas de Acarigua”.
En 1937 mi padre ayudó a cruzar en chalana el río Santo Domingo, a un vehículo que se dirigía a Caracas y en el cual viajaban dos señoras, una mayor y una joven, acompañadas de tres muchachitos menores de cinco años, una hembra y dos varones. Las condiciones climáticas eran sumamente adversas y el grupo, en opinión de los prácticos, bastante frágil. Mi padre que era bajo de estatura, a lo cual atribuyo su condición de pendenciero, se volvía un gigante ante las dificultades. Se responsabilizó personalmente por el traslado y con el agua a la rodilla, pero protegido por las botas de corte alto, impartió las órdenes para que los balseros aseguraran bien el vehículo con las cadenas de rigor y para que se tomaran las máximas precauciones con los pasajeros. Posteriormente me enteré que se trataba de la barinesa Aura Antonieta Canales de Osorio, sus pequeños hijos Nelly, Rubén y Luis y la abuela. A tantos años de distancia uno de los protagonistas, Rubén, dice que fue un viaje que nunca ha olvidado, por las dificultades que enfrentaron para pasar el río, en medio de una gran crecida y de fieros chubascos llaneros. Doña Aura Antonieta, como siempre la mencionaba mi padre, le dijo que quedaba a sus órdenes en Caracas y le dejó su dirección y teléfono, no sé si en una tarjeta.
En septiembre de 37 y por razones que desconozco, botaron a mi padre del trabajo. Yo me imagino que por lo mandón que era, a lo mejor pasó sobre la autoridad de algún superior y tomó alguna decisión que no le correspondía. Tuvo que regresarse para Caracas, junto con mi madre, mi hermano mayor Fran que tenía seis meses y una tía abuela nuestra, María Teresa Rodríguez, a quien siempre llamamos Teté. Saliendo de Acarigua hacia San Carlos en el automóvil que se había comprado, éste se quedó varado en medio del río y los baquianos le dijeron que sacara a las mujeres y al niño, porque podían oír que venía una gran corriente. A duras penas y con la ayuda de un camión, el carro que había quedado casi cubierto por las aguas, fue remolcado hasta la parte superior de la subida que había en la dirección este. Tuvieron que esperar todo un día hasta que el carro se secara y guarecerse en una vecina choza. Afortunadamente los humildes dueños tenían unos morrales llenos de yuca sancochada, ya que mis padres no cargaban ningún tipo de provisiones. Mi hermano fue el único que no cambió de dieta, ya que se alimentaba a puro pecho. Al quedarse sin trabajo, mi padre tuvo que devolver el Ford que había adquirido en Caracas a plazos. Es raro que un llanero saque fiado, ya que ellos compran de contado, después que han vendido la cosecha. Yo mismo, que creo que sólo he sembrado conocimientos, lo único que he comprado a crédito en mi vida ha sido la casa donde habito hace más de treinta y cuatro años y que terminé de pagar hace más de diecinueve.
Una vez que llegó a Caracas, mi padre contactó por teléfono a doña Aura Antonieta, fijaron una entrevista en la residencia de los Osorio Canales en la urbanización El Conde y al día siguiente recibió la buena nueva de que ya tenía trabajo. Resulta que al constituirse el Gobierno de López Contreras, el Dr. Octaviano Osorio Luzardo, esposo de doña Aura Antonieta, había sido nombrado por Néstor Luis Pérez como Director de Gabinete del Ministerio de Fomento, cargo en el que permaneció mientras el Dr. Pérez estuvo en esa cartera. Osorio Luzardo, quien era maracucho, había ido a parar a Barinas confinado por el General Gómez. Por todas estas circunstancias logra mi padre empezar a trabajar en el Ministerio de Fomento. Tenía aprobado sólo el sexto grado de primaria, pero durante las noches y bajo los auspicios del Ministerio hizo un curso de técnico en estadística. En 1943 nos mudamos para San Juan de los Morros, donde mi padre fue Director Seccional de Estadística por muchos años y donde yo estudié la primaria en la Escuela Federal Graduada Aranda y hasta cuarto año de bachillerato en el Liceo Juan Germán Roscio.
Mi padre siempre recordaba con gratitud y mencionaba a doña Aura Antonieta, así, sin apellidos. Yo me vine a enterar de estos, revisando en diciembre de 2002 unos papeles del viejo. En ellos encontré que él, furibundo lector de periódicos, había recortado la esquela mortuoria de ella, que apareció el 21 de febrero de 1991, cuatro años antes de él morir. Quizás ella era menor que mi padre, quien murió a los 93 años. Yo espero heredar algo de esta longevidad, ya que mi abuela, María Eugenia Loreto de Loreto, vivió 108. Eso si, quiero que el país de mis últimos años no se vare entre el Masparro y la Yuca, ni que retroceda, sino que transite con gloria las sendas del progreso.
En julio de 1936 Francisco de Paula fue transferido a los llanos occidentales y se instaló en Acarigua. Trabajaba toda la semana en Barinas y los fines de semana, que empezaban el sábado por la tarde, iba para Acarigua. En aquellos momentos tuvo mi madre su primer embarazo y como mi padre no quería que pasara los ríos en esa condición, ella ni siquiera conoció en ese entonces Guanare, a donde deseaba ir a visitar el santuario de la Virgen de Coromoto. En enero del 37 mi madre contrajo paludismo; como tenía siete meses de embarazo el médico le recomendó irse para Caracas, pues si le repetía el paludismo podía perder la criatura. De esta forma, el primero de mis hermanos nació en Caracas, al igual que lo haríamos cinco de los siete restantes.
Partiendo de Barinas, el trazado de la carretera hacia Guanare y Acarigua sigue una dirección noreste. Al pasar Barinas, el río más importante es el Masparro, el cual se forma en el ramal de Calderas, en la cordillera de Mérida, a unos 2.100 metros de altitud. Toma, desde sus inicios, la dirección hacia el sureste que afluye al río Apure. Recibe por el oeste los ríos la Yuca, Armadillo y Caipe; por el este, el caño Raya Masparro. Como se ve, el Masparro y presumiblemente la Yuca, tienen un cauce perpendicular a la carretera, o dicho en criollo: quedan completamente atravesados. En ese entonces no existían puentes y los vehículos tenían que vadear, operación sólo posible en verano, ya que en invierno los sitios de fondo firme y poco profundo desaparecen bajo las caudalosas corrientes, ya que como dicen por allá: cuando el río trae agua, trae. Un artículo que publiqué en 1995 en una revista de la Universidad Simón Bolívar, titulado “El telégrafo está de regreso, para quedarse” y que trata sobre el provenir de las comunicaciones digitales, empezaba diciendo que: “Allá por el año treinta y seis, cuando los telegramas viajaban raudos colgando por las autopistas eléctricas de cables de cobre y tenían la hoy inusitada virtud de llegar a su destinatario, el recién casado que construía carreteras en Barinas le comunicó a su esposa: - El treinta y uno por la mañana estaré contigo para recibir juntos el año nuevo- promesa que incumplió muy a pesar suyo, por no contar con la crecida del Masparro que aisló a Barinas de Acarigua”.
En 1937 mi padre ayudó a cruzar en chalana el río Santo Domingo, a un vehículo que se dirigía a Caracas y en el cual viajaban dos señoras, una mayor y una joven, acompañadas de tres muchachitos menores de cinco años, una hembra y dos varones. Las condiciones climáticas eran sumamente adversas y el grupo, en opinión de los prácticos, bastante frágil. Mi padre que era bajo de estatura, a lo cual atribuyo su condición de pendenciero, se volvía un gigante ante las dificultades. Se responsabilizó personalmente por el traslado y con el agua a la rodilla, pero protegido por las botas de corte alto, impartió las órdenes para que los balseros aseguraran bien el vehículo con las cadenas de rigor y para que se tomaran las máximas precauciones con los pasajeros. Posteriormente me enteré que se trataba de la barinesa Aura Antonieta Canales de Osorio, sus pequeños hijos Nelly, Rubén y Luis y la abuela. A tantos años de distancia uno de los protagonistas, Rubén, dice que fue un viaje que nunca ha olvidado, por las dificultades que enfrentaron para pasar el río, en medio de una gran crecida y de fieros chubascos llaneros. Doña Aura Antonieta, como siempre la mencionaba mi padre, le dijo que quedaba a sus órdenes en Caracas y le dejó su dirección y teléfono, no sé si en una tarjeta.
En septiembre de 37 y por razones que desconozco, botaron a mi padre del trabajo. Yo me imagino que por lo mandón que era, a lo mejor pasó sobre la autoridad de algún superior y tomó alguna decisión que no le correspondía. Tuvo que regresarse para Caracas, junto con mi madre, mi hermano mayor Fran que tenía seis meses y una tía abuela nuestra, María Teresa Rodríguez, a quien siempre llamamos Teté. Saliendo de Acarigua hacia San Carlos en el automóvil que se había comprado, éste se quedó varado en medio del río y los baquianos le dijeron que sacara a las mujeres y al niño, porque podían oír que venía una gran corriente. A duras penas y con la ayuda de un camión, el carro que había quedado casi cubierto por las aguas, fue remolcado hasta la parte superior de la subida que había en la dirección este. Tuvieron que esperar todo un día hasta que el carro se secara y guarecerse en una vecina choza. Afortunadamente los humildes dueños tenían unos morrales llenos de yuca sancochada, ya que mis padres no cargaban ningún tipo de provisiones. Mi hermano fue el único que no cambió de dieta, ya que se alimentaba a puro pecho. Al quedarse sin trabajo, mi padre tuvo que devolver el Ford que había adquirido en Caracas a plazos. Es raro que un llanero saque fiado, ya que ellos compran de contado, después que han vendido la cosecha. Yo mismo, que creo que sólo he sembrado conocimientos, lo único que he comprado a crédito en mi vida ha sido la casa donde habito hace más de treinta y cuatro años y que terminé de pagar hace más de diecinueve.
Una vez que llegó a Caracas, mi padre contactó por teléfono a doña Aura Antonieta, fijaron una entrevista en la residencia de los Osorio Canales en la urbanización El Conde y al día siguiente recibió la buena nueva de que ya tenía trabajo. Resulta que al constituirse el Gobierno de López Contreras, el Dr. Octaviano Osorio Luzardo, esposo de doña Aura Antonieta, había sido nombrado por Néstor Luis Pérez como Director de Gabinete del Ministerio de Fomento, cargo en el que permaneció mientras el Dr. Pérez estuvo en esa cartera. Osorio Luzardo, quien era maracucho, había ido a parar a Barinas confinado por el General Gómez. Por todas estas circunstancias logra mi padre empezar a trabajar en el Ministerio de Fomento. Tenía aprobado sólo el sexto grado de primaria, pero durante las noches y bajo los auspicios del Ministerio hizo un curso de técnico en estadística. En 1943 nos mudamos para San Juan de los Morros, donde mi padre fue Director Seccional de Estadística por muchos años y donde yo estudié la primaria en la Escuela Federal Graduada Aranda y hasta cuarto año de bachillerato en el Liceo Juan Germán Roscio.
Mi padre siempre recordaba con gratitud y mencionaba a doña Aura Antonieta, así, sin apellidos. Yo me vine a enterar de estos, revisando en diciembre de 2002 unos papeles del viejo. En ellos encontré que él, furibundo lector de periódicos, había recortado la esquela mortuoria de ella, que apareció el 21 de febrero de 1991, cuatro años antes de él morir. Quizás ella era menor que mi padre, quien murió a los 93 años. Yo espero heredar algo de esta longevidad, ya que mi abuela, María Eugenia Loreto de Loreto, vivió 108. Eso si, quiero que el país de mis últimos años no se vare entre el Masparro y la Yuca, ni que retroceda, sino que transite con gloria las sendas del progreso.
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