Nacido en Sartenejas
Carretera vieja de Baruta |
Mi primer contacto con la zona de Baruta
y La Trinidad lo tuve a finales de los años sesenta, cuando fui de pasajero en
el Volkswagen de Luis Ernesto Christiansen a visitar a nuestra amiga Carmencita Sotillo, que vivía en La
Trinidad, en una zona desolada cercana a la subestación eléctrica de la calle La
Cantera, donde la quintas que se habían construido se podían contar con los
dedos de una mano y sobraban. Para llegar a esos parajes había que tomar la
carretera vieja de Las Minas de Baruta, que empezaba al final de urbanización Las
Mercedes, por donde hoy está el centro comercial Tolón, pasaba por el barrio El
Güire y empezaba a subír por el sector La Naya. El enlace entre El Güire y La
Naya era prácticamente perpendicular a la actual autopista de Prados del Este,
la cual por supuesto no existía. Prados del Este (Los Prados, para los
pobladores originales) se anunciaba en ese entonces como “Una ciudad en el
campo y un campo en la ciudad” mientras que La Trinidad era “La ciudad satélite
de Caracas”.
El aviso metálico que daba la bienvenida a los visitantes se puede
ver hoy en día a la salida del túnel de La Trinidad, después de haber sido
rescatado y restaurado por los vecinos y mudado desde el sitio original, donde estaba
escarapelado, oxidado y oculto detrás de unos matorrales. Según las cuñas
promocionales en la televisión en blanco y negro, en La Trinidad el agua súper
abundante saltaba a la vista. Los caraqueños parranderos y levantadores de
féminas se adentraban hasta Mi Vaca y Yo, en el sector La Naya, ignoto paraje
preferido por los hombres casados infieles, donde era bien difícil que los
agarraran con las manos en la masa. Muchos grupos, después de alguna
celebración familiar y poseídos de un espíritu aventurero terminaban sus noches
de diversión en el Montmartre, en la calle Bolívar de Baruta con la calle Ricaurte, al fondo de la iglesia. Ahí podían echar un pie y disfrutar de la actuación musical del famoso organista Kurth Löwenthal.
La hacienda Sartenejas |
Si llegar a Baruta era toda una hazaña,
qué se puede decir de la hacienda Sartenejas. En esos años el acceso desde y
hacia Sartenejas, tanto en vehículos rústicos como en carretas y a caballo era
por El Valle, un pequeño pueblo de las afueras de Caracas. El fuerte del
movimiento estaba en el arreo de semovientes hacia el matadero que estaba en el
sitio donde luego se construyó, entre 1946 y 1949, el embalse de La Mariposa. Los
ganaderos aprovechaban el viaje para llegarse hasta El Valle, el cual se
comunicaba con los poblados mirandinos de San Antonio de los Altos y San Diego
de los Altos y también con Charallave, por La Cortada del Guayabo y a través de
los caminos construidos por el general Juan Vicente Gómez. En la ruta de La
Mariposa a Sartenejas, apenas se pasaba por la represa, empezaban a verse las
humildes viviendas erigidas en donde hoy está el Laboratorio de Alta Tensión,
con matas de cambur morado aflorando en los patios. Los tripones se asomaban a
ver pasar las caravanas, guareciéndose del sol bajo las matas, las gallinas se
alborotaban, los perros ladraban y los dueños de alguna pequeña pulpería salían
a atender a los viajeros, quienes aprovechaban para aprovisionarse. Desde
Baruta sólo se podía acceder a Sartenejas a lomo de bestia, por un camino de
recuas que terminó siendo el trazado de la actual vía hacia El Placer. De ahí partía
la única ruta hacia Gavilán, Turgua y Sisispa al este. Los habitantes de estas últimas
zonas preferían llevar sus productos hasta Santa Lucía, por la fila de
Quintana, donde los embarcaban en el Ferrocarril Central de Venezuela, para llevarlos
hasta la estación de Maripérez, ubicado donde hoy está el edificio de la CANTV
en la avenida Libertador. Desde Sartenejas existía un ruta para bestias por El
Hoyo de la Puerta hacia La Cortada del Guayabo, muy similar a la actual, salvo
que era bastante estrecha para ese entonces. Todavía no se había construido la
carretera de la gran curva que pasa por el vivero, sino que había que para evitar
los zanjones se subía por dentro de la hacienda hacia la segunda etapa de Monte
Elena, saliendo hacia Hoyo de la Puerta por donde ahora está IDEA. Está ruta era
la que preferían los jinetes que alojaban a sus monturas en el Club Campestre
Sartenejas. De ahí partió más de una vez a cabalgar el colega Eduardo Capiello, quien a la larga terminó siendo uno de
los profesores fundadores de la Universidad Simón Bolívar y el primer docente
de esa institución que compró su casa de habitación en la urbanización El
Placer. Según cuenta Eduardo, quien recogió mucha de la información histórica
de la zona de boca de Luis Herrera, uno de los pisatarios más antiguos que
conoció en sus travesías, para ese entonces las zonas altas servían para
engorde del ganado y éste, a fuerza de dentelladas, las convertían en cerros pelones.
Por eso hoy en día y a pesar de la invasión del asfalto y de las edificaciones,
hay mucho más verdor, gracias a la siembra de pinos que acompañó al nacimiento
de la universidad.
Eduardo Capiello en 2013 |
A finales de los años cincuenta y
principios de los sesenta empezó la urbanización de la zona aledaña a El Placer
y a los Guayabitos y la construcción de la autopista Coche–Tejerías. El
transporte de materiales de construcción y de personal especializado hacia esas
obras impulsó la transformación en carretera del camino de recuas que salía
desde Baruta hacia El Placer, pasando por la zona alta de Barrialito, donde hoy
en día está la calle Orinoco de la urbanización Piedra Azul. La parte baja,
donde se empalma la carretera hacia El Placer con la variante Piedra Azul–La
Trinidad, era en ese entonces una zona anegable y todavía lo es en tiempos de
lluvia, al igual que el tramo donde la autopista de Prados del Este cortó en
forma perpendicular a la vieja carretera de Caracas a Baruta, la cual iba
bordeando las quebradas. A pesar de lo pintoresco que pudiera resultar, para
los pasajeros que abordaban en Baruta los carritos por puesto que los llevarían
a Hoyo de la Puerta, el desvío hacia la Casa Grande (la sede actual del
Rectorado de la Universidad Simón Bolívar) no era más que un retardo adicional,
el cual era aún mayor en época de lluvias. Para los pisatarios asentados hacia
la parte oeste del enorme latifundio la existencia de esa línea de automóviles,
cuya actividad se intensificó en abril de 1965 con la inauguración de la
primera etapa de la autopista Coche—Tejerías entre el distribuidor de Hoyo de
la Puerta y la Cortada de Maturín, les permitía enviar a los hijos a estudiar.
Así que muchas veces se cruzaban en uno u otro sentido los carruajes movidos
por invisibles caballos de hierro que se contaban por centenas, con las bestias
en cuyos lomos bajaban hacia Baruta las rosas y las hortalizas que se cultivaban
en Sartenejas. De éstas formó parte el famoso el salsifí, ese delicioso nabo de
delicado sabor semejante al de las ostras hoy prácticamente desaparecido de los
mercados caraqueños. La promesa de que el futuro de la papa en Venezuela estaba
en estas húmedas tierras aledañas a Caracas, sólo se vino a cumplir como una
metáfora, ya que muchos han metido los pies bajo la mesa gracias a las labores
que desarrollan en las aulas, en los laboratorios y en las oficinas que
cambiaron no sólo el verdor del valle sino también su clima. El verde se
desplazó hacia las cumbres con la llegada de los pinos, cuyos primeros
ejemplares se plantaron en jornadas voluntarias de siembra de fines de semana
en la cual participaron por igual profesores, estudiantes, empleados y obreros. Vino el
asfalto y se fue la neblina, pero como dicen en mi tierra “no se puede repicar
y andar en la procesión”.
No sé si el agricultor Cruz González era
un pisatario en el sentido estricto de la palabra, es decir que ignoro si él le
pagaba arrendamiento a don Antonio Santaella por el terreno que cultivaba en la
finca rústica de gran extensión que ocupaba el valle de Sartenejas, terrenos en
los cuales también se alojaba el Club Campestre del mismo nombre. Esto, sin
embargo se lo podría preguntar al mismo Cruz o a su hijo Edito, ambos jubilados
de la Universidad Simón Bolívar. Lo que no pongo en duda es la condición de latifundista
y de pérezjimenista de Santaella. Porque es la caída del dictador de Michelena
la que origina el declive de las actividades del Club Campestre y la ulterior
expropiación de los terrenos por razones de utilidad pública. La Casa Grande,
en donde durmieron en épocas muy distantes entre sí Simón Bolívar y Nelson
Henry Geigel Lope–Bello, pasó a ser en 1969 la casa del Rectorado y en sus
salones ya no se reunían el mismo Marcos Pérez Jiménez, Laureano Vallenilla
Planchart y Pedro Estrada, sino que las familias avecindadas en el valle
empezaron a encontrarse con nuevos personajes, sobre todo con los empleados
administrativos que alternaban sus actividades entre el Centro Comercial El
Placer y la casa colonial: Nelson Suárez Figueroa, Miguel Caputti, Perucho
González (Carretera), Alicia de Padrón y Roldán Mendoza. Los pasajeros de los
carritos que se desviaban hasta la fachada de la Casa Grande, en donde daban la
vuelta en U, vieron como esta empezó a trasformarse con la torre de doble techo
que permitió adosar armónicamente el paraninfo a la antigua construcción. La
transición puede apreciarse fácilmente desde el interior del rectorado, no sólo
por el nivel más elevado de los techos del ala oeste, sino que en éstos las
tejas reposan sobre madera contrachapada, mientras que en el lado izquierdo se
ve la armazón de caña brava y bahareque. Para el año de 1952 en la zona
actualmente ocupada por el laboratorio de alta tensión, popularmente conocido
como “la jaula de King Kong”, habitaban entre 15 y 17 familias, la mayoría
integradas por criollos y algunas por portugueses. El 26 de junio de ese año
nace en Sartenejas, de manos de una partera, Edito González. Su madre era
cocinera del Club Sartenejas y los fogones funcionaban del otro lado de la
carretera, donde primero estuvo INTECMAR en tiempos de Kaldone Nweihed y de
Hernán Pérez Nieto y donde ahora funciona la Unidad Educativa. La piscina del
Club estaba ubicada detrás del sitio donde hoy está la guardería. Estas
instalaciones, según Edito, conservan el mismo aspecto que tenían en los años
cincuenta. Edito empezó el bachillerato a finales de los años sesenta en el
liceo Alejo Fortique, que estaba ubicado frente a la plaza de Baruta y concluyó
sus estudios de Perito en Electrónica en la Escuela Técnica Industrial (ETI) de
Campo Rico entre los años 1971 y 1973. Para ir al liceo caminaba hasta la Casa
Grande, en donde tomaba un carrito de a real, de los que cubrían la ruta de
Baruta a Hoyo de la Puerta. El horario de la ETI era nocturno, pero ya
para ese entonces el transporte automotor en la zona se había intensificado con
el advenimiento de la Universidad Simón Bolívar. En agosto de 1974 Edito conoce
a Flor Sosa, la jefa de personal, a Carlos Flores el jefe de nómina y a
Benjamín Mendoza, el alma del rectorado, cuando Nelson Suárez lo recluta para
laborar en la Universidad Simón Bolívar. Durante un mes trabajó con Jesús
Olivier, el recordado “compai”, quien era el capataz del edificio Básico I,
porque cada edificio tenía su capataz y el del Básico II era el señor Escobar.
Luego pasa a ser mensajero del Rector y recepcionista del rectorado, haciéndole
una suplencia a Miguel Montezuma. En 1978 pasa a trabajar en la sección de
correspondencia, que dependía de Cenda, en las instalaciones de Los Guayabitos,
bajo la supervisión de Julio César Lizarraga. Cuando el correo se instala en el
año 81 en el edificio de Comunicaciones, ya esas labores estaban adscritas a
Servicios Generales. Allí llegó a ser Jefe de la Oficina de Correspondencia,
hasta que el profesor Juan Carlos De Agostini lo pone a trabajar como técnico
en computación, una rama afín a sus estudios de electrónica. Como tal se jubiló
y no es de extrañar que una de las personas de las cuales guarda los más gratos
recuerdos sea precisamente el profesor De Agostini. De Juan Carlos yo puedo
decir que es una dama, usando esa expresión de alabanza tan venezolana que hace
unos años me recordara la apreciada colega Lourdes Sifontes.
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