Cuarenta años haciendo historia

Para finales de 1966 ya la Universidad Central de Venezuela había llenado todas las plazas disponibles con un gran número de los bachilleres que a lo largo del país habían culminado exitosamente sus estudios secundarios en julio de ese año. Sin embargo, no todos los que salieron “lisos” habían conseguido inscribirse en alguna universidad; además, el contingente de los sin cupo aumentó notablemente una vez que los liceos realizaron en septiembre los exámenes de reparación. Así que al reiniciarse las actividades en la Central en enero de 1967, la primera reunión ordinaria del Consejo Universitario que se convocó tuvo como tema central la imposibilidad de que esa institución pudiera atender la creciente demanda de cupos en la Educación Superior en el área metropolitana. A escasos nueve años del derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, la consolidación de la reapertura de la Universidad del Zulia y la creación de las universidades experimentales de Oriente y de la Región Centro Occidental, no daban una respuesta cuantitativa satisfactoria a los deseos del régimen democrático de lograr una sociedad igualitaria, objetivo en el cual juega un papel preponderante el acceso cada vez mayor de los venezolanos a las instituciones universitarias. El problema del cupo, que no da asomos de perder vigencia en la vida nacional a pesar de los intentos de aumentar desmedidamente el número de admitidos, afectaba a todas las universidades venezolanas que eran, además de las ya mencionadas, la Universidad de los Andes, la Universidad de Carabobo, la Universidad Católica “Andrés Bello” y la Universidad Santa María, privadas estas dos últimas.

Esperando que se completara el quórum reglamentario, el Rector Jesús María Bianco se paseaba impaciente por el recinto. Tratando de aprovechar el tiempo y para librarse un poco de la carga que lo agobiaba, el Rector informó a los presentes, entre los que se encontraban el Decano de la Facultad de Ingeniería Héctor Isava y la Representante del Ministerio de Educación Mercedes Fermín, que se habían preinscrito dos mil bachilleres y que la universidad no tenía ni el espacio suficiente ni contaba con el profesorado necesario para atender a tantos estudiantes. Una vez iniciada la sesión, el debate rápidamente se caldeó. Cuando le tocó el derecho de palabra, el Decano Isava dijo que si esa era la situación, se debería dirigir una comunicación al Ministro de Educación para informarle del problema y sugerirle la creación de otra universidad nacional en el área metropolitana para aliviar a la Universidad Central. La discusión se hizo más acalorada, el rechazo fue similar al que recibiera en el mismo Cuerpo el proyecto de creación de la Universidad de los Andes en una fecha mucho más remota, quedando la sensación de que la idea sólo había tenido una vida fugaz, de menos de un día. Se argumentó que si ya a la Universidad Central se le estaba restringiendo el presupuesto, al crearse otra universidad sería imposible conseguir los recursos porque la partida resultaría insuficiente por la cantidad que debería dársele a la nueva universidad, la cual de paso no sería autónoma.

La profesora Fermín le dijo al Decano Isava que no se preocupara por la negativa, que ella misma se reuniría con el presidente Leoni y le llevaría la proposición. En los prolegómenos de la siguiente reunión del Consejo Universitario, la profesora Fermín le informó al decano Isava que ya había hablado con el presidente y que a éste le había gustado mucho la idea, que ese era el regalo que él le iba a hacer a la ciudad de Caracas en los cuatrocientos años de su fundación. Así la chispa se propagó desde el Presidente de la República Raúl Leoni a través del Ministro de Educación José Manuel Siso Martínez y del Viceministro Humberto Rivas Mijares, quien a la postre firmaría el Decreto de creación como Ministro Encargado. Los días 10 y 15 de mayo de 1967 el despacho de Educación emite sendas resoluciones de creación y designación de la Comisión que realizaría el estudio sobre un futuro centro de Educación Superior en el área metropolitana. Integraron la Comisión los doctores Luis Manuel Peñalver, quien la presidió, Luis Manuel Carbonell, Mercedes Fermín, Héctor Isava y Miguel Ángel Pérez. Lógicamente todos eran o militantes de Acción Democrática o simpatizantes de ese partido, salvo Héctor Isava a quien se le identificaba con el Partido Socialcristiano COPEI. Por esta razón al 18 de julio se conoce como el aniversario adeco de la Universidad Simón Bolívar, ya que en ese día del año 1967 y mediante Decreto N° 878 de la Presidencia de la República, el Dr. Leoni da inicio a la vida jurídica de la Universidad de Caracas, nombre que recibió la nueva institución en homenaje a la ciudad cuatricentenaria y que no pudo conservar ya que fue reivindicado como suyo por la Universidad Central de Venezuela. Y es así como surge, por Decreto del 9 de julio de 1969 del Presidente Rafael Caldera, la denominación definitiva de Universidad Simón Bolívar, nombre que crea en todos los miembros de la Institución el compromiso de garantizar con sus acciones, que la proyección y relevancia de la Universidad sean siempre dignas de nuestro libertador.

Cuarenta años atrás la Universidad Simón Bolívar no era más que unas pocas líneas en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela del 22 de julio de 1967, un embrión cuyo texto no superaba en extensión el espacio ocupado por los nombres y cargos de los integrantes del Gabinete Ejecutivo que refrendaban el Decreto: Reinaldo Leandro Mora, Ignacio Iribarren Borges, Benito Raúl Losada, Ramón Florencio Gómez, Luis Hernández Solís, Leopoldo Sucre Figarella, Humberto Rivas Mijares, Alfonso Araujo Belloso, Alejandro Osorio, Simón Antoni Paván, J. M. Domínguez Chacín, José S. Núñez Aristimuño y José Antonio Mayobre. Pero los cuatro considerandos y los siete breves artículos allí contenidos empezaron a dar sus frutos apenas siete años después del soplo inicial, en forma de graduados de alta calidad. El prestigio que alcanzó con suma rapidez la Institución, tuvo sus más profundas raíces en la renovación académica ocurrida en la Universidad Central de Venezuela en 1968, el año del “mayo francés”. Pero antes de hablar del elemento humano, debemos mencionar brevemente la búsqueda de los terrenos en los cuales se asentaría la Institución.

En agosto de 1967 el Director de Edificios del Ministerio de Obras Públicas, Ingeniero Enrique Sánchez Vegas, designó al siempre bien recordado ingeniero Wilhelm Mächler Fehr (Don Guillermo, como lo llamábamos con cariño), para que se dedicara a estructurar los programas educacionales y los principios básicos a través de los cuales se habría de regir la Universidad Experimental de Caracas. Ese mismo mes se establece el presupuesto para 1968; se reafirma el carácter experimental de la Institución, dentro de una concepción de sistema regional universitario, no sometida al régimen autonómico; se delinean el gobierno universitario y su estructura académica y se plantea el inicio de las actividades para el segundo semestre de 1968. Según el proyecto, las primeras clases se dictarían en una sede provisional, posiblemente habilitando edificaciones para viviendas que estaban siendo construidas por el Banco Obrero. Para la ubicación definitiva se mencionaban las alternativas de La Urbina y Sartenejas. El 11 de diciembre de 1967 la Comisión Organizadora discute en detalle el número de alumnos en los cursos de teoría y en los grupos de laboratorios de física, química, biología, geografía e idiomas. Se señala la conveniencia de incluir un laboratorio de matemáticas (computadoras) y un laboratorio de tecnología de materiales. Se habla del edificio de la biblioteca, el cual tendría una capacidad inicial de 60.000 volúmenes.

El segundo punto de la reunión del 11 de diciembre de 1967 versó sobre la ubicación definitiva de la universidad. Los Teques constituía la primera de cuatro opciones, en terrenos que ya habían sido ofrecidos a la Universidad Central de Venezuela, con buenas facilidades de transporte y de construcción. Las zonas más altas de los Valles del Tuy seguían el orden de prioridades, en el área de Santa Lucía. Las dos opciones finales también se enmarcaban dentro del concepto de ciudad satélite, aun cuando estaban más próximas al área metropolitana: Sartenejas y La Urbina. La última fue desechada por el elevadísimo costo del terreno. En Sartenejas el precio también era alto y se presentaban dificultades de transporte. De cómo se solventaron los aspectos económicos escapa del alcance de este breve recuento. Es de Perogrullo mencionar que los problemas de transporte han empeorado, al punto de que para mayo de 2007 la situación es realmente caótica. La comunicación vial sigue siendo a través de estrechas carreteras vecinales hacia Baruta, La Trinidad, La Boyera y Hoyo de la Puerta, éste último en la Autopista Regional del Centro. La única vía que se ha construido en la zona, la variante La Trinidad-Piedra Azul, sólo ha contribuido a crear un embudo a la entrada de esta última urbanización. El volumen del tránsito automotriz ha aumentado considerablemente, tanto por la influencia de la universidad como por los gigantescos desarrollos habitacionales de la hoya de El Hatillo. La densidad de construcción permitida en Los Guayabitos se ha multiplicado legalmente por diez, pero sus efectos no se han visto ya que muchas de las construcciones previstas no han arrancado por razones económicas. Afortunadamente los terrenos de La Limonera no son aptos para edificaciones de cierta envergadura, pero sin embargo aportan su pequeña cuota al desorden habitacional. Además, los vehículos que se dirigen hacia el este de Caracas provenientes de los Valles del Tuy, de los Valles de Aragua y de parte de los Altos Mirandinos prefieren tomar la vía de Sartenejas para evitar el increíble embotellamiento que se presenta a diario en la autopista Valle-Coche. Lo cierto es que el bucólico Valle de Sartenejas de fines de los años sesenta, con sus sembradíos, sus arroyos y su fauna silvestre, se ha transformado en una pequeña ciudad donde más de treinta edificaciones comparten estrechamente el terreno disponible aunque, y esto gracias al terco empeño de los fundadores, los parques de la entrada constituyen todavía un hermoso recuerdo de ese cercano pasado.

El Decreto de la Presidencia de la República que declara a Sartenejas como zona especialmente afectada para la construcción de la Universidad Experimental de Caracas, es firmado por el Presidente Leoni el 27 de agosto de 1968, afectación que se transfiere a la Universidad Simón Bolívar –una vez que recibió el nombre definitivo- mediante Decreto del 19 de noviembre de 1969 del Presidente Caldera. El 30 de diciembre de 1968 había sido designado Rector de la Institución el Dr. Eloy Lares Martínez; seis meses y medio después, el 15 de julio de 1969, asume el Rectorado el Dr. Ernesto Mayz Vallenilla, quien ejercería el cargo durante nueve años y ocho meses, lapso durante el cual le imprimió a la Universidad Simón Bolívar muchas de las características que ella tiene, tanto en lo físico como en lo académico y en lo administrativo. Fue durante los primeros meses de la gestión del Dr. Mayz Vallenilla, cuando quien esto escribe vino por primera vez al Valle de Sartenejas, en septiembre de 1969 y en compañía de los profesores Roberto Chang Mota y Luis Fábregas, a entrevistarse con el entonces Vicerrector Administrativo, el profesor Federico Rivero Palacios. La intervención por parte del Rector Bianco de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, punto crucial de la tristemente célebre renovación académica, impulsó a muchos de sus profesores a buscar panoramas más alentadores en dónde cristalizar sus anhelos de formar a las generaciones del futuro. Mediante la intervención se desconocieron las legítimas autoridades de la Facultad, y decimos legítimas con toda propiedad, ya que a la postre y cuando ya nuestra Alma Mater estaba severamente herida, la Corte Suprema de Justicia vino a darnos la razón a los ocho profesores que impugnamos ante el Alto Tribunal la intervención. De esa época son los primeros recuerdos que tenemos de Sartenejas, muy similares a los del catirito que pocos meses antes había llegado al Valle manejando un Volkswagen y acompañado por el menor de sus hijos. El Jefe de Servicios Generales Nelson Suárez Figueroa atendió cordialmente al visitante, sin saber en ese momento que se trataba del nuevo Rector, el Dr. Mayz. Mencionamos a Suárez porque los nombres son parte de la historia de la Universidad, así como también debemos mencionar a Benjamín Mendoza, María Quintero, Roberto Chang Mota, Miguel Caputti, el “galleguito” Manolo Otero, José Santos Urriola, Alicia de Padrón, Marcelo Guillén, Segundo Serrano Poncela, Elena Granell, Senta Essenfeld Yahr, Eleonora Vivas, Wilhelm Mächler, Ignacio Leopoldo Iribarren Terrero, Roger Carrillo, Argimiro Berrío, Eduardo Vásquez, Lil Campos, Sabás Díaz, María Elena Fragachán, “Perucho” González, Reina Barrios de Maldonado, Roldán Mendoza y Víctor Rodríguez.

En septiembre de 1969 vimos, entrando por lo que hoy es la salida de la Universidad, los sembradíos de hortalizas y los cultivos de rosas y salsifí a nuestra derecha; a la izquierda, sobre una pequeña colina, los restos de las columnas de la plaza de toros del club Sartenejas y más adelante, en el mismo lado, la casa de la hacienda, con sus caballerizas hacia el patio. Ya, bajo las piquetas de los obreros y el concurso de la argamasa que desplazaba a los equinos, las caballerizas empezaban a tomar la fisonomía de galpones (perdón Dr. Mayz, pabellones) que albergarían aulas. Fue en ese fértil Valle de Sartenejas donde, el 19 de enero de 1970, el presidente Caldera y el Rector Mayz dictaron las primeras clases a los quinientos ocho alumnos que empezarían a egresar en julio de 1974. El elemento humano calificado, encabezado por un universitario de incuestionable trayectoria como Mayz Vallenilla, secundado por un grupo de trabajo que se había fogueado durante largos años en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela y que fue literalmente transplantado sin rechazo a Sartenejas, fue la clave del temprano éxito de la Institución. Transcurridos apenas cuatro años y medio desde el dictado de las primeras clases, los ingenieros de la Simón Bolívar empezaron a darse a respetar en los círculos profesionales. Decimos ingenieros, ya que las carreras científicas y las de técnicos superiores vinieron después y también con el tiempo se diversificaron las fuentes de origen de los profesores. Al influjo de una universidad de creciente reputación en un país que gozaba de una moneda fuerte, llegaron numerosos profesores de distintas partes del orbe. Muchos de ellos ya se han marchado, pero una cantidad significativa, tanto por el número como por la calidad, ha afianzado sus raíces en Venezuela. Los egresados, en un beneficioso incesto, han ampliado sus conocimientos dentro y fuera del país a través de cursos de Maestría y Doctorado y se han ido incorporando con el correr del tiempo a la planta profesoral, al punto que todos los integrantes del equipo rectoral que actualmente rige los destinos de la Universidad Simón Bolívar obtuvieron su primer título en esta institución.

No queremos cerrar esta líneas sin hacer mención de Núcleo Universitario del Litoral, iniciativa de la Universidad Simón Bolívar que satisfizo, en parte, una vieja aspiración del Litoral Central, de contar con una Institución de Educación Superior. Antes del deslave de fines de 1999, hecatombe que borró del mapa gran parte del campus universitario de Camurí Grande, éste compartía con Sartenejas el esplendor de las instalaciones. También es un denominador común entre los dos programas el prestigio de sus egresados. En sus treinta años de funcionamiento, los cuales se cumplieron el pasado 12 de febrero, el Núcleo ha entregado al país una pléyade de técnicos superiores que han venido a llenar con creces el vacío que existía en importantes ramas técnicas y administrativas. Dice la conseja que lo que sucede es lo mejor, cuando sucede lo mejor. Los avatares de la naturaleza han permitido demostrar la factibilidad de que los programas de formación de técnicos superiores se realicen a cabalidad en el Valle de Sartenejas. Y en estos momentos críticos, cuando se habla de un éxodo forzoso y condicionado de los profesores hacia la sede de Camurí, yo me atrevería más bien a proponer una refundación diversificada. Que no se hable del Núcleo en términos geográficos exclusivamente, sino más bien de un Núcleo de Carreras Técnicas, las cuales pueden dictarse en cualquiera de las sedes de nuestra querida universidad.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Prof. Loreto: muy interesante y detallada su narracion sobre la fundacion de la USB, me he tomado al libertad de citarlo en uno de los foros del website del ampere.com.

Para leerlo tiene que inscribirse como usuario, entrar en los Foros e ir al de Trivia.

http://www.elampere.com

saludos,

emunoz

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