Vida estudiantil

Cuando empecé a estudiar ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, en septiembre de 1957, llevaba ya un año residenciado en Caracas en la casa de mis abuelos maternos, entre las esquinas de Gloria y Sucre en la parroquia La Pastora. Como parte de los 900 bolívares que costaba la inscripción por un año académico, los estudiantes recibíamos un talonario de tiques con el cual podíamos abordar las unidades de transporte que partían del Centro Simón Bolívar, desde la curva frente a la iglesia de Santa Teresa, con destino a la plaza del Rectorado. Yo salía a las seis de la mañana y bajaba a pie hasta la parada del autobús; mi ruta incluía una visita al café de unos chinos que quedaba casi en la esquina de Principal, en donde por medio real me comía una empanada. Creo que un cafecito de perol (no de máquina) costaba una locha, pero en ese entonces yo no bebía café. Las clases empezaban a las siete de la mañana y no recuerdo haber llegado nunca tarde. De regreso caminaba desde el centro hasta la esquina de Carmelitas, donde tomaba el autobús amarillo de San Ruperto o el blanco y verde de la Puerta de Caracas, los cuales me dejaban en la esquina de Tajamar, a tres cuadras de la casa. Con las clases concentradas en las horas matutinas, casi siempre podía almorzar en la casa de los abuelos y si no, la alterativa era el comedor estudiantil de la UCV, en donde se pagaba un bolívar que no era una cantidad despreciable, ya que el tipo de cambio era de 3.35 por dólar. De noche los universitarios aprovechábamos que las luces de la pérgola exterior del Mercado Libre de La Pastora las dejaban encendidas y ahí nos instalábamos a estudiar y a hablar un poco de paja.

En agosto de 1958, cuando iba a comenzar el segundo año de ingeniería, mi familia se mudó de San Juan de los Morros para Caracas y nos instalamos en un apartamento de Los Rosales, en el cruce de las avenidas Roosevelt y María Teresa Toro, a unas doce cuadras llaneras de la Facultad de Ingeniería. La ida, en bajadita, era de nuevo a pie y el regreso lo hacía inicialmente en las unidades anaranjadas de la Circunvalación tres, la cuales abordaba en la salida de Las Tres Gracias. El pasaje, en todos los autobuses que he mencionado costaba medio real (Bs. 0.25). Como por las tardes las clases o los laboratorios no empezaban tan temprano, casi siempre iba a almorzar a la casa. Al principio de ese año escolar le pregunté al gocho Hugo Molina Sánchez, un compañero de estudios que vivía por la avenida Victoria, la hora a la cual se iba a regresar, para irnos en el mismo autobús. Hugo me dijo que él se iba en cola con el catirito del Volkswagen. En ese momento se apareció por el pasillo Luis Ernesto Christiansen y el gocho me lo presentó. El catire Christiansen vivía en El Paraíso, al final de la avenida San Martín, frente al lugar donde ahora están las instalaciones del Bloque De Armas y se regresaba para su casa por la cota 905, pasando por la avenida Victoria. Ese día no sólo logré regresar más rápido al apartamento, sino que marcó el inicio de una gran amistad con quien luego seria mi ahijado y mi compañero de tesis junto con Gonzalo Van der Dys, a quien también conocí en segundo año de ingeniería. De noche el catire pasaba a buscarme por el apartamento para ir a estudiar. Como mi papá odiaba que tocaran corneta para llamar a la gente, el catire me notificaba su llegada con una breve aceleración del motor. Nos íbamos a la UCV y nos instalábamos, en sendas sillitas plegables de lona, en los pasillos adyacentes al Aula Magna. Amén de los libros, cuadernos y hojas en blanco, un radio portátil nos hacía compañía, ya que aprendimos a estudiar sin exigir comodidades tales como un lugar silencioso; más bien, nosotros poníamos el acompañamiento de la música. Quizás este entrenamiento me ha permitido poder dictar clases sin mayores problemas a tempranas horas de la mañana, cuando el ambiente se impregna con el ruido ensordecedor de las máquinas que cortan los amplios espacios de grama de la USB, o cuando los estudiantes que esperan afuera la llegada de sus profesores inundan de ruido los resonantes pasillos. A veces estudiábamos en la Biblioteca Central, no para usar los libros sino para aprovechar las amplias mesas que generalmente estaban desocupadas. Los fines de semana estudiábamos, en medio de una frondosa vegetación, en las instalaciones del Jardín Botánico.

En enero de 1963 llegué a Chicago a emprender estudios conducentes a una maestría en ingeniería eléctrica, después de haber estado un trimestre tratando de aprender inglés en el Queens College de Nueva York. Lo que más me impactó al empezar a desenvolverme en los predios del Illinois Institute of Technology, fue la forma en la cual el tiempo me rendía. En primer lugar estaba residenciado (room and board) en los dormitorios del propio instituto, así que el salón de clases más lejano me quedaba a unas cinco cuadras. En segundo lugar, todos los libros de texto de los cursos que tomé se podían adquirir en el Commons, una edificación de una planta adyacente al dormitorio, en la cual funcionaba una pequeña librería, una barbería, una farmacia, un consultorio médico, un supermercado y un cafetín en el cual vendían pancakes, esas deliciosas tortas fritas que en Venezuela llamamos panquecas. En el cuarto del dormitorio había una mesa en la cual los dos compañeros nos sentábamos el uno frente al otro a estudiar, pero más que todo a hacer tareas que parece ser el método de aprendizaje preferido en el norte. El cuarto lo compartí durante el semestre de enero a junio con Rama Shankar Singh, un estudiante procedente de Bombay que estaba sacando su doctorado en física; luego mi “room mate” fue Clayton Smith, un catire gringo que venía de la vecina ciudad de Green Bay, que es conocida más que todo por ser la sede de los "Packers", famoso equipo del fútbol americano. Smith estaba empezando sus estudios de postgrado en matemáticas y al final del semestre contrajo nupcias, mudándose al dormitorio de los casados. Durante mi último semestre me tocó como compañero un estudiante de la licenciatura en ingeniería mecánica que procedía de Madrás y llevaba cierto tiempo en los Estados Unidos. Este sujeto, cuyo nombre no recuerdo quizás por lo engreído que era, se las daba de escritor y se molestaba en grado sumo cuando irrumpía por el cuarto Basawaptna R. Ganesh, un compañero mío en la maestría que con cierta frecuencia iba a verme para despejar dudas.

A cincuenta años de distancia del inicio de mis estudios universitaria en Venezuela y a cuarenta y cinco de mi experiencia en los Estados Unidos, me gustaría comparar mi vida estudiantil con las peripecias de un estudiante de la Universidad Simón Bolívar. Pensando que va a estar muy cerca de la Universidad, el estudiante proveniente del interior alquila un cuarto en una residencia de la urbanización Piedra Azul. Para ir a la universidad tiene que abordar una de las unidades del transporte estudiantil, ya que no hay ningún otro tipo de transporte público hacia Sartenejas. Las camionetas que van hacia Hoyo de la Puerta, aparte de que vienen llenas desde Baruta, sólo lo dejarían en la puerta de salida de la universidad, bastante lejos de todas las áreas académicas. Irse en cola es una misión casi imposible, ya que la mayoría de sus compañeros no tienen vehículo y la probabilidad de encontrar un conductor que, dentro del universo de sus conocidos, vaya para la USB desde Manzanares o desde Baruta, es bastante reducida. Si no llega a la parada antes de las 6:20 a.m. la espera se le hará eterna, ya que después de esa hora los pequeños autobuses pasan repletos de estudiantes que los abordaron en la parada de La Trinidad y si acaso quedan puestos vacíos, estos se completan en la parada de Baruta. De paso, la parada de Piedra Azul ha sido ubicada, por razones de seguridad, en las inmediaciones del Liceo Alejo Fortique. A unos diez metros se encuentran varios contenedores que acumulan la basura del barrio La Palomera; más de una vez uno de estos contenedores ha sido desplazado hacia la propia parada y los pasajeros tienen que montarse en las unidades en el medio de la calle. Así que los estudiantes tienen que fruncir la nariz, no sólo por la desagradable espera sino para tratar de filtrar los nauseabundos olores.

Almorzar en Sartenejas es toda una odisea, ya se trate de estudiantes, profesores, obreros o empleados. Si el estudiante sólo está libre en las horas pico, tendrá que calarse una larga cola en el comedor del MYS o en el remoto comedor de la Casa del Estudiante, con los consabidos problemas de los coleados, llegarse hasta el Subway (donde también hay que hacer cola) o echarse una bala fría en la proveeduría estudiantil, en el Acuario o en el Ampere. Regresarse por las tardes no es más fácil que venir por las mañanas, la única diferencia es que en la residencia no debe llegar a una hora determinada. Para abordar un autobús tiene que hacer una larga cola, a veces personalmente o a veces delegando la responsabilidad en el morral de los libros y cuadernos. A pesar de que las horas de salida de los estudiantes son aleatorias, la situación del transporte se agrava ya que por razones de seguridad las unidades no admiten pasajeros de pie, para no tener vehículos sobrecargados en las fuertes pendientes de las bajadas, bien sea por Baruta o por Tazón. Si por alguna razón el estudiante tiene que ir a la universidad después del mediodía, deberá hacerlo antes de las 2:30 p.m. A pesar de que los autobuses circulan hasta bien entrada la noche regresando estudiantes hacia La Trinidad y Baruta, no recogen pasajeros hacia la universidad después de la hora señalada. Si bien por las mañanas los estudiantes que van sentados tratan de repasar sus notas de clases o consultar sus libros de texto, el interminable regreso en horas de la noche es una completa pérdida de tiempo. Y si a alguno se lo ocurre comprarse un vehículo, igual tendrá que llegar bien temprano para poder encontrar dónde estacionarse. Y si no puede escaparse antes de las 4:00 p.m. tendrá que aprender a incorporarse a una vía llena de carros, muchas veces atravesándose en la vía y recibiendo recuerdos para su progenitora.

Comentarios

Pedro ha dicho que…
Estimado Prof. Loreto, aunque no veo comentatios por aca. Tenga la seguridad que sí leemos sus entretenidos comentarios y recuerdos. A mi me toco fundar el "Pide Cola" para la USB en la Av. Sanz del Marqués por allí del 1986 aprox. Y una vez se me acercó una vecina del lugar de a pie para comentarme que habia escrito , supuestamente mal las siglas de la UCV en mi letrero... Finalmente no puse mucha atención e ignoré un comentario como ese, que ignoraba por completo a nuestra alma mater.
Mariluz ha dicho que…
Hola Profe:
Disfruté mucho este artículo porque también yo muchas veces recuerdo mis peripecias del primer año de carrera en la USB, allá en 1974.
En aquel momento, no tenía edad para manejar y mi deseo más ferviente era cumplir 18 para que mis papás hicieran efectiva su promesa de comprarme un carro. Así ya no tendría que salir a las 10.15am de El Cafetal para llegar a Chacaito antes de las 11.20am cuando salía el autobús de la universidad que llegaba a las 12.30pm justo a tiempo para empezar las clases, que para los "nuevos" eran solo por la tarde. En aquel tiempo, había poquitos autobuses -dos para Chacaito y dos para el centro- y se podía subir a las 7.30, a las 8.30 o a las 12.30 y bajar a las 4.30 ó a las 5.30 pm. Del resto, había que esperar la cola de algún compañero amable.
Ni que decirle que cuando por fin me dieron mi Nova anaranjado me sentí inmensamente feliz. Hasta nombre le puse... ¡Olafo!
En materia de comedor veo que no ha mejorado mucho la oferta... así el Ampere sigue asegurado como el punto de encuentro infalible en la
Simón.
Gracias por compartir sus recuerdos y por animarnos con su lectura a una sonrisa evocadora de algunos de esos momentos inolvidables de nuestras vidas: aquellos tiempos de estudiante.
MoniQueen ha dicho que…
Yo fui a la universidad en la decada de los 90. Como iba a la UCV y vivia en la Av. Las Palmas de La Florida, debia agarrar una camionetica en la esquina de la casa que me dejaba en la Parroquia Universitaria y de alli a la Facultad de Humanidades era un tiro. Luego tuve la opcion del metro que tomaba en Plaza Venezuela hasta Ciudad Universitaria, pero no me simpatizaba mucho. En mi ultima estadia en CCS me di cuenta que el trafico es insoportable y sin duda se puede afirmar que en los dos ultimos agnos se ha incrementado desmesuradamente. Nunca me ha gustado manejar, asi que siempre he sido un peaton o copiloto en las colas que me daban amigos, companeros y colegas. Lamentandolo mucho el metro, aunque ideado con la intencion de ser "la gran solucion para CCS" ha colapsado por el gran numero de pasajeros que tiene dado lo barato de su precio subsidiado. Es especialmente inhumana la estacion de Plaza Venezuela en donde ahora colindan tres lineas. Curiosamente cuando leia los precios que comenta me vino a la mente lo siguiente: "pero si estamos tan mal! con el bolivar fuerte los precios son similares!".
Unknown ha dicho que…
Buenos días. Han pasado ocho años desde que escribió su aetículo y no se si continúa con el blog, pero igual quiero agradecerle los buenos recuerdos. Ud a lo mejor cursó alguna nateria en la UCV con mi primo Luis Esteban Rojas,quien se geaduó de ingenuero mecánico. El estudió con Christiansen, lo recuerdo vagamente aunque su apellido nunca se ne olvidó. Había otro de apellido Piazza. Todos esos jóvenes estudiantes marcaron mi niñez e hicieron de estudiar en la UCV un sueño que por fortuna pude hacer realidad. Reciba un afectuoso saludo y mis deseia de bienestar para Ud y los suyos.
Unknown ha dicho que…
Buenos días. Han pasado ocho años desde que escribió su aetículo y no se si continúa con el blog, pero igual quiero agradecerle los buenos recuerdos. Ud a lo mejor cursó alguna nateria en la UCV con mi primo Luis Esteban Rojas,quien se geaduó de ingenuero mecánico. El estudió con Christiansen, lo recuerdo vagamente aunque su apellido nunca se ne olvidó. Había otro de apellido Piazza. Todos esos jóvenes estudiantes marcaron mi niñez e hicieron de estudiar en la UCV un sueño que por fortuna pude hacer realidad. Reciba un afectuoso saludo y mis deseia de bienestar para Ud y los suyos.

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