Pilón comía albóndigas

En mis años de infancia y juventud en San Juan de los Morros, los periódicos de circulación nacional eran, por orden de antigüedad, La Religión, El Universal, La Esfera y El Nacional; éstos llegaban al pueblo bien entrado el día, a pesar de que el tránsito automotor no era muy intenso en ese entonces. No existían autopistas, al punto que el gran hito en la comunicación terrestre lo marca la inauguración de la carretera Panamericana en diciembre de 1953. Los fajos de papel, apilados en la parte trasera de los autobuses, tenían que tomar la ruta de la vuelta del Pescozón, las peligrosas curvas de Guayas, atravesar los centros poblados de Tejerías, El Consejo, La Victoria y San Mateo, enfilar en La Encrucijada hacia Cagua para finalmente enfrentarse a las no menos mortíferas sinuosidades del interminable tramo entre La Villa y San Juan. En San Juan existían pocos kioscos y en ellos se conseguían granjerías y guarapo de piña, mas no el periódico; éste lo vendían un par de pregoneros que también distribuían los ejemplares a los suscriptores, práctica habitual en la época.

Aun cuando el pregón que más recuerdo es aquel de ¡El Mundo, a medio El Mundo! que impregnó las tardes caraqueñas a raíz de la caída de Pérez Jiménez, mi memoria más remota en este aspecto es la frase ¡El Universal con suplemento!, oída alrededor del mediodía de un domingo sanjuanero. El suplemento, material impreso adicional a la presentación habitual del periódico, consistía en un tabloide de ocho páginas en colores, lleno de recuadros en los cuales se desglosaban historietas cómicas y serias. Por extensión nosotros también le decíamos suplementos a los cuadernillos que en España llaman tebeos, que presentaban entre otras, las aventuras del Capitán Maravilla, el Superhombre y el Hombre Murciélago, superhéroes que luego pasaron a llamarse el Capitán Marvel, Superman y Batman. Entre los extremos de la seriedad, tanto en el dibujo como en el argumento, de Hal Foster y su Príncipe Valiente y la prosopopeya de los caracteres de Walt Disney, aparecía el humor cotidiano vivido por Pepita (Blondie), su esposo Lorenzo Parachoques y la perra Daisy, don Pancho de Educando a Papá, El Capitán y los Cebollitas y Popeye y su combo: Pilón, Rosario (que en las comiquitas de televisión llaman Oliva, en honor a la primigenia Olive Oil) y el torpe Brutus.

El tema central de esta crónica, las hamburguesas, no surge a través de Popeye, el marinero tuerto, sino de su inseparable partenaire J. Raspadura Pilón. El personaje original, creado por Bud Sagendorf, lleva por nombre J. Wellington Wimpy y el apellido alude a su gordura. Wimpy en inglés es mano de pilón, la herramienta en forma de mazo que se usa en la molienda conjuntamente con un mortero. En nuestro lar, el artilugio está asociado al procesamiento del maíz (maíz pilado) y es bastante voluminoso, tal como nos lo recuerda la copla:
El que se roba un pilón
y una piedra de amolar,
no se puede llamar ladrón
sino guapo pa´ cargar.
Pilón, con un nivel intelectual por encima de sus congéneres, es un vividor, un glotón y un gorrero por excelencia, siempre en búsqueda de una víctima que le brinde una o más hamburguesas. Cuando yo leía las aventuras de Popeye en San Juan de los Morros, allá por los años cuarenta del siglo veinte, lo que Pilón buscaba que le obsequiaran eran albóndigas, pues en ese entonces las hamburguesas eran completamente desconocidas entre el público que disfrutaba de las comiquitas en Venezuela.

Ubicación original de La Cervecería Alemana
Vine a conocer las hamburguesas en mis años de estudiante en la Universidad Central de Venezuela, cuando mi compañero de estudios y entrañable amigo Wolfgang Stockhausen me llevó en su Citroen hasta Ernesto´s, un pequeño local ubicado en la margen izquierda de la ruta principal entre Los Chaguaramos y Santa Mónica, que en ese entonces era doble vía. Allí, una deliciosa hamburguesa costaba un bolívar o uno veinticinco, si la pedías con queso. El otro sitio donde sé que vendían hamburguesas y al que fuimos Wolfgang y yo con unas amigas suyas, a las cuales su esposa Elke recuerda bien, fue a la Cervecería Alemana, la cual estaba en Chacaito y luego fue mudada para la avenida La Salle de Los Caobos, en las inmediaciones de la avenida Andrés Bello. Cuando estuve de pasantía corta en 1960 en la planta eléctrica de Las Morochas en Ciudad Ojeda, la compañía Shell me alojó en el hotel Oro Negro. Éste quedaba frente a una esquina de la plaza y en la diagonal opuesta había un local de la cadena norteamericana Tastee Freez, en donde amén de helados y merengadas vendían hamburguesas. Sin embargo, el recuerdo gastronómico más agradable que tengo de esa estancia en la costa oriental del Lago de Maracaibo, son los suculentos platos de pasta que servían en el restaurante italiano “La araña de oro”, al cual iba a almorzar en compañía de mi tutor y de otros ingenieros y técnicos de la planta.

En septiembre de 1962 llegué a Nueva York en compañía de otro venezolano, becario igual que yo de la Fundación Shell. Se suponía que iban a recibirnos al aeropuerto, pero como nadie lo hizo nos fuimos en autobús hasta Manhattan y nos alojamos en un hotel barato cercano al terminal de los colectivos. Esa noche, en una sórdida taguara de los alrededores consumí mi primera hamburguesa gringa, lo cual fue una experiencia decepcionante. Sin embargo, estas se reivindicaron en una lunchería ubicada cerca de la residencia que la compañía Shell me había conseguido en casa de la familia Shapiro en Utopia Parkway, Flushing. En esa lunchería resolví la comida los primeros fines de semana, o en una pizzería que quedaba a un par de cuadras de la casa. Luego aprendí a llegarme en autobús y metro hasta Times Square, el corazón de Nueva York, en donde había pequeños negocios que vendían panquecas todo el día y unos locales, aun más pequeños, prácticamente un zaguán, en los cuales elaboraban pizzas a la vista del público y las vendían al detal, a veinticinco centavos la porción. Ya en Chicago, en la estación de la calle 35 del metro de Chicago (The “L”), en la vecindad del Illinois Institute of Technology donde yo estudiaba y del Comiskey Park, sede los Medias Blancas de Chicago, había un puesto de hamburguesas McDonald’s, con su alto aviso en forma de arcos dorados que resaltaba en medio de los desolados alrededores. Comparadas con las versiones actuales que ofrecen en los McDonald’s, esas hamburguesas se podían catalogar de diminutas pero las papitas fritas, en la opinión de un francés que estudiaba conmigo, eran las mejores.

Cuando estuve de año sabático en el Instituto Tecnológico de Georgia, dentro del campus mismo había un Burguer King y una gigantesca venta de hamburguesa, con televisores por todos lados, llamada ¨The Varsity¨ en honor a las selecciones deportivas del Georgia Tech. En una fuente de soda (mala traducción de Soda Fountain) llamada Dunk and Dine que estaba cerca de mi residencia en La Vista Villas, las hamburguesas las ofrecían al estilo de Hamburgo, con la carne servida en plato y no emparedada, presentación que en el norte llaman “hamburger plate”. Siempre creí que las hamburguesas, tal como las conocemos hoy en día, eran un invento gringo, pero resulta que son alemanas. En 1891, Otto Kuasw, un cocinero del puerto de Hamburgo elaboró un sándwich de carne de res molida, frito en mantequilla y con un huevo frito encima, el cual tuvo gran aceptación entre los marineros. Para 1894 y ante la demanda de esos navegantes cuando atracaban en el puerto de Nueva York, los restaurantes de la zona empezaron a ofrecer el sándwich que los marinos pedían como “hamburguesa”. En nuestro país ya la hamburguesa tiene un amplia historia, desde los Tropic Burger que merecen un artículo aparte, pasando por los Burger Bistró, los McDonald’s, Burger King y Wendy’s. En la Venezuela de nuestros días la hamburguesa se consigue en una gran variedad de locales, desde los ubicados en los más modernos centros comerciales, aire acondicionado incluido, hasta los carritos que pueblan la llamada “calle del hambre”, género que empezó en la vecindad del viejo aeropuerto de Porlamar y que se ha esparcido por todo el país. En estos locales, el huevo de Otto Kuasw se queda corto ante la cantidad de aderezos adicionales que incluyen: papitas fritas finitas, aguacate, queso parmesano o queso fundido, maíz de lata, salsa rosada y salsa tártara. En la variedad llamada “bomba”, la carne es en lascas a la parrilla y la alfalfa debe estar presente. Creo que Pilón se sentiría feliz de consumir uno de estos especimenes. Por mi parte, cuando quiero resolverme con una comida rápida, apeló a un Big Mac de McDonald’s, mientras que mi nieta prefiere una cajita feliz de nuggets. Mi hija no comulga con la llamada comida basura, ni con las ferias de comida, pero reconoce que las papas fritas de McDonald’s siguen siendo las mejores. Para finalizar, diré que mi última travesura gastronómica la tuve a la entrada de Los Chorros, en donde mi hija me llevó a desayunar con arepas de chicharrón fritas y rellenas. Yo pedí una “pelúa”, cuyo relleno es carne mechada y queso amarillo en tiritas.

Comentarios

MoniQueen ha dicho que…
Don Loreto debo reconocer que la sorpresa ha sido mutua! Muchas gracias por la visita y por envolverme de forma tan amena y personal en el mundo de la hamburguesa. Yo reconozco que tampoco las consumo en los lugares de comida chatarra, no porque no me gusten, sino por otras causas o convicciones que me llevaron a dejar de comerlas. Cuando se me antojaba una hamburguesa en CCS preferia optar por los restaurantes donde las hacen muy grandes y la carne es carne. Aqui en Douala, ofrecen hamburguesa en su menu algunos locales de libaneses, pero la verdad que no he dado con ninguna realmente buena, empezando por el pan, que nunca es realmente de hamburguesa, sino uno inflado y de gusto dulzon! Un abrazo y pasare a leerlo a menudo.
periquita ha dicho que…
¡Se me abrio el apetito!

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