Uniformado de pelotero en la playa


Esta crónica se refiere a un viaje que el equipo de béisbol de los profesores de la USB hizo a Maracaibo a principios de 1973. Un apreciado colega, cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no voy a mencionar, contó hace pocos años en la terraza de la Casa del Profesor y en medio del tradicional brindis asociado a algún acto académico, la historia de un equipo de béisbol de estudiantes de la USB, en la cual aparecía el Dr. Mayz jugando la segunda base de dicho equipo y luego dándoles a los jóvenes un agasajo en el Hotel del Lago. Habiendo sido yo miembro de esa comitiva (y también de la bebitiva) recordaba todos sus detalles, pero juzgué que no era apropiado corregir al narrador en ese momento. Él, aun cuando recibió la información de segunda mano, había conservado lo substancial del relato, así que decidí escribir Uniformado en la playa, mi primera versión de los acontecimientos. A finales de abril de 2009, hurgando en los archivos de Cenda en mi condición de Cronista de la USB, pude localizar la Carta Semanal donde Ernesto Mayz narra los pormenores del juego, nota que incluyo textualmente debidamente entrecomillada. El rector Mayz no sólo era el segunda base titular del equipo, sino el cronista de todas las actividades deportivas de la Simón Bolívar, tanto de profesores como de estudiantes, empleados y obreros. Le he dado un título ligeramente diferente a esta segunda versión, ya que a pesar de no haber eliminado muchas de las repeticiones que habían entre lo que escribí de memoria más de treinta años después y la nota que el Dr. Mayz había escrito en caliente, si cambié algunas imprecisiones, como la de que el short stop lo había jugado Osmar Issa, cuando a esas alturas ya había sido destronado por Edicio Ramírez, aquel catire que bateaba a la zurda y que me la sacaba de jonrón cada vez que yo lanzaba en las prácticas de bateo.

Todos los peloteros viajamos en autobús, incluyendo al Dr. Mayz, aun cuando el automóvil oficial del rector, su chofer y su guardaespaldas formaban parte de la comitiva. Los maracuchos, encabezados por el profesor Tito Useche, nos recibieron a cuerpo de rey y nos agasajaron en una discoteca hasta altas horas de la madrugada. La mañana siguiente, cuando llegamos al campo de juego de la Fábrica de Cemento, conocimos a un hermano del Dr. Mayz que era médico y ejercía en Maracaibo. No se olviden que el Dr. Mayz es marabino. Los anfitriones apenas calentaron el brazo justo antes de empezar el encuentro y a nosotros nos dejaron practicar todo lo que quisimos, más de media hora. Una vez iniciado el juego, lo estuvimos ganando hasta la quinta entrada, cuando sobrevino la debacle y nos cayeron a batazos. Ellos lo atribuyeron a que a esa altura del juego ya se habían acostumbrado a la pelota chiquita, ya que normalmente era softball lo que practicaban. La verdad era que el agotamiento físico causado por el viaje y la trasnochada, la intensa práctica previa y el agobiante calor reinante, nos venció. Así que cuando yo entré de bateador emergente, no fue por estrategia sino porque muchos de los peloteros no podían con su alma. El receptor Emilio Guevara, quien además de estar agachado la mitad del juego (que es más de la mitad del tiempo, cuando tu equipo es el que está recibiendo leña), tenía que forrarse el cuerpo con el peto, el casco, la careta y las espinilleras; así, cuando nos tocaba batear se metía de cabeza debajo de un chorro de agua que había a un lado del dugout. Los jardineros Jacinto Morales Bueno, Daniel Pilo y José Adames o Marcelo Guillén, porque cuando uno lanzaba el otro cubría una posición del outfield, tuvieron que correr de lo lindo. No hubo muchos batazos por el short, defendido por Edicio Ramírez, ni muchos tiros a la primera que era propiedad de Jacinto Gómez Vilaseca. Porque cada posición tenía su dueño y la segunda era del Dr. Mayz y eventualmente de Daniel Pilo. Yo, para poder jugar en ese equipo, me puse a practicar la posición de tercera base que nunca había defendido, porque el tercera habitual, Néstor Ollarves, las cogía todas pero no tenía fuerza en el brazo como para que sus tiros llegaran a primera y otros que se atrevieron a jugar en la esquina caliente, como Esteban Luis Berta, tenían más voluntad y valor que conocimientos o condiciones natas. Una vez el recordado colega Luis Bruzual intentó incorporarse al equipo, pero en las prácticas no agarraba los batazos elevados porque ponía el guante a un lado del cuerpo, esquivando la pelota. Yo le dije que el truco era no quitarle la vista a la pelota y así lo hizo, tan literalmente que recibió un pelotazo en un ojo que marcó su debut y despedida. Para salirme de esta digresión, incluyo el relato del Dr. Mayz, aclarando previamente que el Manager Rojas que se menciona es Salvador Rojas, en ese entonces empleado administrativo de la Universidad Simón Bolívar y que no recuerdo nada acerca del López que allí aparece, pero que por cuestión de fechas sé que no es Rafael “El negro” López.

“Un cordial acto de intercambio deportivo realizó el equipo de beisbol de los Profesores de la Universidad Simón Bolívar con sus colegas de la Universidad del Zulia. Acompañados del rector de nuestra Universidad quien juega la 2da. Base del equipo, se trasladaron el autobús a Maracaibo, donde se llevó a cabo un encuentro a nueve entradas.

“Brillante actuación tuvieron todos los integrantes de nuestra novena deportiva. Y si los resultados no fueron del todo favorables, ello se debió al cansancio del viaje, a la influencia del cálido sol marabino y a la inteligente pero demoledora estrategia social que pusieron en práctica los anfitriones. Por lo demás, en el equipo zuliano aparecían 4 ó 5 jugadores de categoría AA, entre ellos el pitcher, cuya especialidad es la hipnología en el área psiquiátrica. El árbitro, que descollaba por su generosa humanidad física, era también el chofer de uno de los autobuses de la Universidad del Zulia…

“A pesar de todas estas adversas circunstancias, nuestros profesores dejaron muy en alto el nombre de la Universidad Simón Bolívar y demostraron una vez más su clase beisbolera. Si entrar en detalles, este cronista quiere destacar la brillante actuación que como pitcher tuvo el profesor Marcelo Guillén, quien abrió las acciones desde el montículo. Guillén pretendió dominar los bateadores contrarios empleando su célebre curva rabo e´cochino; pero los de Maracaibo como que se han especializado en dar palos cochineros. El profesor Guillén tuvo, en consecuencia, que ser auxiliado por su colega Pilo, quien a decir verdad no estaba en su mejor forma, por haber perdido, durante el viaje, sus lentes de contacto. Por esta razón no veía muy claro el home, lo que obligó al Manager Rojas a sustituirlo por el profesor Adames, después que Pilo recibió una pila de palos. Adames sufrió los rigores del sol marabino y aunque tuvo momentos estelares, donde brilló su innegable clase, sufrió continuos parpadeos en su control. Esta circunstancia y una serie de errorcillos cometidos por algunos de los otros titulares – a quienes no viene al caso nombrar descortesmente – hicieron que los de Maracaibo se envalentonaran en el oficio de correr continuamente las bases.

“Entre las ejecutorias más inesperadas del juego cabe destacar la impecable defensiva que lució el 2a. base Mayz, aunque su actuación al bate dejó mucho que desear, ya que sorbió tremendo ponche maracucho propinado por el pitcher psiquiatra. Sin embargo, haciendo llave con el profesor Edicio Ramírez, quien defendía el campo corto, intervino en 4 ó 5 lances sin la menor sombra de error. Era domingo y estaba en su tierra. Por eso, este cronista no sabe todavía el motivo que tuvo el Manager Rojas para sustituirlo en el 5° episodio, cuando el Dr. Jacinto Gómez –aquejado de un doloroso esguince que le produjo una audaz carrera con la que quería llegar a primera, con un simple rolincito– haciendo gala de vergüenza, presentó su irrevocable renuncia y le pidió al Manager Rojas que lo sustituyera. La salida de estos dos brillantes jugadores del equipo fue aprovechada, indudablemente, por los zulianos, quienes comenzaron a batear pérfidamente entre primera y segunda, aprovechándose en el manifiesto overtraining que exhibía el profesor Issa, sustituto del Rector. Sin embargo, en descargo del mencionado profesor Issa, hay que decir que alguien observó que el campo deportivo no tenía las condiciones requeridas y que una y otra vez la pelota disparada en roling o en flai, parecía tropezar maliciosamente con piedritas colocadas en la trayectoria del mingo.

“En los campos de fildear sobresalieron todos – López, Loreto, el importado Mc Knight – pero se comentó insistentemente que el profesor Morales Bueno no parecía tan Bueno en Maracaibo como en Sartenejas. Guevara impecable como catcher, aunque sus tiros a segunda – por la potencia del brazo – llegaron muchas veces al centrofield. Ollarves cometió uno que otro pecadillo en tercera. Sus tiros a primera eran una pesadilla para Jacinto Gómez, quien le adjudica gran responsabilidad en el traicionero esguince que decretó su salida del juego.

“La sorpresa del evento la dio el Profesor Loreto, quien largó un mandarriazo de dos bases por el centro field. Fue el primer hit de Loreto en 35 turnos al bate. Pero con algo se empieza…

“Al fin del encuentro la pizarra eléctrica marcaba 7 x 4, aunque después del 4° episodio parece que hubo un corto circuito en Maracaibo.

“Aparte del encuentro deportivo hubo un extraordinario programa de actividades sociales, donde la cordialidad y el compañerismo reinaron entre los Profesores zulianos y los usebistas.”

Lo del batazo de dos bases lo recuerdo vivamente, porque cuando me deslicé en la segunda base en un campo tan duro que parecía estar cubierto de cemento, me lesioné pero no dije nada, porque acababa de entrar a jugar y yo siempre he sido un fiebrúo. A la larga (bien larga, a principios del siglo XXI) tuve que operarme de los meniscos de la rodilla derecha para poder seguir jugando. Por la noche, el mismo Dr. Mayz me ayudó a calmar el dolor, recetándome el linimento de Sloan, que él usaba a pesar de que a doña Lucía, su esposa, le producía alergia. Lo de los 35 turnos sin hit es una exageración, pero sus crónicas siempre gozaban de este elemento, para bien o para mal. Un tiempo después, cuando debuté como pitcher en el softball, dijo que yo había ponchado a ocho contrarios, incierta hazaña bien difícil de lograr por cualquier pitcher, aun en la modalidad de lanzamiento rápido (mis lanzamientos nunca han sido rápidos, más bien mañosos) que se practicaba en esa época.

Esta crónica se refiere al béisbol (o beisbol, como lo escribió el Dr. Mayz, que es la forma como se pronuncia en Venezuela y que es la que yo prefiero, pero que el procesador de palabras me la corrige automáticamente) y no softball, porque eso era lo que jugábamos, ya que en la Universidad Simón Bolívar no se había construido todavía el campo de softball. Los zapatos con ganchos de metal (los ganchos) contribuyeron a que me lesionara, en lo que fue el último deslizamiento de mi vida. No que dejé de jugar, sino que siempre advierto: ¨Si depende de que me deslice o no para que ganemos o que perdamos, perderemos porque no voy a hacerlo¨. Lo cual me recuerda a Nerio Olivares Nava, buen tercera base y buen jardinero pese a su corpulencia, a quien cuando le pedían que ocupara la receptoría decía: ¿qué quieren, que no juegue?

Una vez terminado el partido, los profesores de la Universidad del Zulia nos invitaron a una tarde de playa en unas instalaciones que la Asociación de Profesores de LUZ tiene en las inmediaciones de Isla de Toas, en el Lago de Maracaibo. Tomamos el autobús uniformados, para cambiarnos en la playa. El Dr. Mayz, como de costumbre, se vino con el equipo. No así Daniel Pilo, quien convenció al chofer del Dr. Mayz para que lo llevara a visitar a unos amigos antes de ir para la playa. Llegamos y nos cambiamos, todos menos el Dr. Mayz cuyo traje de baño andaba en la maleta del carro. El vehículo nada que aparecía y el disgusto del Dr. Mayz, paseándose en la playa en uniforme de pelotero, era palmario y creciente. Yo seguramente andaba dándome un chapuzón cuando llegaron los del carro, pero me contaron que el Dr. Mayz le armó tremendo zaperoco al chofer. Quizás esto influyó en la beca de postgrado que luego recibió Daniel, una especie de exilio dorado que a la vez eliminaba competencia en la segunda base.

De regreso para Caracas, con una visita a la zona colonial de Coro, ya que en ese entonces la ruta de Barquisimeto era casi intransitable en la zona de Puente Torres, cuando nos aproximábamos a la alcabala de Sanare les advertí a todos, basado en la experiencia adquirida en los años que trabajé en la refinería de Amuay, que se portaran bien, que esa era una alcabala sumamente fregada. Apenas hizo presencia en el interior del autobús el guardia nacional y dio las buenas noches, José Adames se despertó, se puso de pie y dirigiéndose a mí, que estaba sentado en la primera fila, me preguntó con lengua de trapo: "¿No quieres un traguito Luis?", frase que acompañó con un vaso en una mano y una botella en la otra. La reacción del guardia fue bajarse inmediatamente del autobús, diciéndonos con firmeza: "¡Sigan señores! "

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Profesor Loreto, mas que un comentario quiero agradecerte tus LORETADAS , que he disfrutado leyendo
y que nos remontan a epocas mas romanticas y expontaneas que las de ahora.Las anecdotas y la narracion que ahces ma hacen recordar los años de "peladera" a que nos sometian los profesores ,sin embargo estos recuerdos nos hacen recordar con nostalgia la mistica y dedicacion de todos los que de alguna forma contribuyeron a nuestra formacion.
Recibe un saludos de tu alumno y amigo.
Tomas Gibbs 1969
Osvaldo ha dicho que…
La verdad que muchos de los comentarios que publican son totalmente muy emotivos. Me llevan a viajar a los tiempos altamente formativos de mi vida y una época muy linda. Hoy en dia en mis apartamentos en san bernardo me gusta recordar viejas epocas

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