Funciones de variable compleja
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Gustavo Roig |
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Adelmo Ortiz Conde |
Me dijo que su solicitud de
admisión a la Universidad de Florida, en la cual obtendría el doctorado en 1985,
le fue negada inicialmente por que su manejo oral del idioma inglés era
bastante deficiente. Sin embargo, el coordinador de la carrera de ingeniería
electrónica de la Universidad Simón Bolívar, Gustavo Roig, quien había obtenido
su doctorado en esa misma universidad en 1970, se comunicó por teléfono con los
responsables del programa en Gainesville y les garantizó que en un mes Adelmo
aprendería inglés, logrando así que lo aceptaran con carácter
condicional. De los cuatro cursos que tomó durante el primer semestre, me comentó
Adelmo que donde aprendió inglés fue en el de “Funciones de variable compleja”,
una asignatura de matemáticas que parecen la recomienda como un “minor” a todos
los estudiantes de postgrado en ingeniería eléctrica. El caso es que el
profesor de la asignatura era estadounidense, a diferencia de lo que ocurría en
los otros tres cursos, los alumnos también eran en su mayoría norteamericanos,
no como en los otros cursos y además Adelmo, egresado de la Universidad Simón
Bolívar, había visto la materia en el pregrado, donde usaron el texto clásico
de R. V. Churchill. Las intervenciones del venezolano en el curso era del tipo
“Me Tarzan, you Jane”, por lo cual los compañeros los veían como un raro
ejemplar. Cuando el profesor iba a entregar las notas de la primera evaluación,
el grueso de los estudiantes protestó por adelantado, diciendo que el examen no
podía resolverse. La pronta respuesta del profesor fue indicarles, centrando su
atención en Adelmo, que un alumno había sacado 100/100, bien lejos del resto de
la clase. Desde ese momento los demás estudiantes empezaron a tratar de cultivar la amistad de
Adelmo.
Aproveché y le eché mi cuento,
por haber yo vivido una experiencia algo similar. Una tarde andaba yo en compañía de
Santiago Chuck, un mexicano que estudiaba tecnología de gas en el Illinois
Institute of Technology. No dirigíamos hacia la parada de la calle 35 del tren
elevado, que nos llevaría al “Loop” de Chicago. Por la acera opuesta de la
calle State regresaba un estudiante que había sido mi compañero en el curso de “Funciones
de variable compleja” y nos saludó tanto a Santiago como a mi. Al día siguiente,
cuando me volví a ver con Santiago, me preguntó la nota que yo había sacado en
el mencionado curso y le conteste que “A”, no sin antes indagar el porqué de su
pregunta. —Es que Fulano, a quien saludamos ayer, está a punto de terminar su
doctorado en tecnología de gas y ha sacado A en todos los cursos que ha tomado,
salvo en el de variable compleja, donde obtuvo una B. Él me pidió que te lo
preguntara, porque de tus intervenciones en clase parecía que tu sí entendías
lo que estaba pasando—. Yo, al igual que Adelmo, había visto la materia en pregrado, en la
Universidad Central de Venezuela, como parte de la asignatura Análisis
Matemático III, siguiendo el libro de Churchill. No sólo eso, sino que en esa materia
me di el lujo de tener como profesor a Oscar Varsavsky, un tremendo docente y uno de los primeros y más destacados especialistas mundiales en la elaboración de modelos matemáticos para las ciencias sociales. A Varsavsky, doctor en química de la Universidad de Buenos Aires, lo trajo a Venezuela otro argentino de
altos quilates: Manuel Bemporad, con quien empecé a ver Teoría Electromagnética, curso que él tuvo que abandonar, ya que las labores que desempeñaba en la creación de la licenciatura en física en la UCV, que incluían viajar para buscar y contratar profesores en el exterior, así lo determinaron. Al ché Bemporad debo mi ingreso como asesor en ingeniería eléctrica y electrónica en el desaparecido Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, CONICIT. Con el tiempo lo llegué a tratar de Manolo, como lo hacían sus amigos.
Para finalizar el relato, quiero mencionar
a otro amigo mexicano, que estaba sacando el doctorado en metalurgia. Me decía
que yo estaba loco por haber tomado variable compleja como “minor” en
matemáticas. Él, por su parte, para cumplir con ese requisito tomó un curso
básico de cálculo. Siempre uso a este último amigo mexicano como un
contra ejemplo, pues siendo bien dedicado a las investigaciones que realizaba
en su área de especialización, intentaba estudiar matemáticas tendido en un sofá, leyendo
el libro de texto como si se tratara de una novela. Yo a mis alumnos no me
canso de decirles que estudiar ingeniería es una lucha de lápiz contra papel,
de tiza contra pizarrón, de resolución de problemas a partir de los conceptos,
de probar la bondad de las nuevas soluciones antes de desechar las existentes. Y
si alguna vez he realizado un examen a libro cerrado, ha sido en contra de mi
voluntad, por tratarse de una evaluación departamental, ya que también creo que
el ingeniero debe tener toda la información a mano, que el problema realmente
es saber separar el grano de la paja.
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