Con la inteligencia hemos topado



El inicio de la década de los sesenta estuvo caracterizado por el recalentamiento de la llamada “guerra fría”. En febrero de 1960 el ministro soviético Anastás Mikoyán, con su visita a La Habana inició el acercamiento entre Cuba y la Unión Soviética, hecho que vino a empeorar las relaciones entre el gobierno del presidente Eisenhower y el nuevo gobierno revolucionario de Cuba. En mayo de ese mismo año un avión espía estadounidense fue derribado en pleno territorio soviético y en octubre el líder de la URSS, Nikita Jrushchov, golpeó con uno de sus zapatos el estrado de delegado que ocupaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Posiblemente el premier soviético ignoraba que en la Universidad Central de Venezuela ya se había empleado el poder disuasivo del zapatazo.
A fines de los años cincuenta el espacio que separaba al edificio de Eléctrica y el siguiente hacia el oeste, que en ese entonces lo ocupaba la Facultad de Ciencias, había sido habilitado como área deportiva para la práctica del baloncesto y el voleibol, pero sólo fuera de horas de clases. Sin embargo los estudiantes poco caso le hacían a esa prohibición y jugaban cada vez que podían. Sabiendo que estaban violando una clara disposición, los jóvenes trataba de no hacer mucho ruido, pero el fragor de la contienda iba subiendo el volumen hasta límites intolerables. El profesor José Ladislao Andara se encontraba dando clases en el edificio de eléctrica y en repetidas oportunidades, trepándose en un pupitre y asomándose por una de las ventanas, les había pedido a los mozos que hicieran silencio, sin que le pararan en lo más mínimo. De repente se quitó un zapato y de un envión lo lanzó contra el vidrio de una de las ventanas, que ya estaba resquebrajado, rompiéndolo. El estruendo y la presencia del zapato en la improvisada cancha hizo que los estudiantes tomaran las de Villadiego. A raíz de la enérgica acción del profesor el espacio deportivo volvió a su condición inicial de reducido estacionamiento para vehículos.
En los años sesenta la precaria paz mundial estaba en manos de las dos superpotencias que eran los Estados Unidos de América y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. En Venezuela se suponía que el ciudadano común estaba en libertad de manifestar su simpatía por uno u otro de los bandos formados por ambos países y su afectos, pero eso sólo era una verdad de los dientes para afuera. A raíz de la revuelta cívico militar del Carupanazo, el 10 de mayo de 1962 Betancourt y su gabinete emiten un decreto suspendiendo las actividades del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. (D. Zabala http://www.aporrea.org/actualidad/a43584.html.) El diputado Eloy Torres fue despojado de su inmunidad parlamentaria y condenado a prisión. La defensa que de su camarada hiciera Guillermo García Ponce, convirtió a la yunta de sus nombres en un emblema de la lucha de la izquierda contra el gobierno de Acción Democrática presidido por Rómulo Betancourt.
En el lapso de espera entre la terminación de los exámenes del quinto año de ingeniería, incluyendo la exitosa defensa de la tesis, y el acto académico los pichones de ingenieros recibimos una invitación para visitar las instalaciones del complejo de Guri. La logística para los de eléctrica estuvo a cargo del profesor Roberto Chang Mota, quien nos explicó que sólo teníamos que trasladarnos al sitio, que el alojamiento y uno que otro agasajo correrían por cuenta de los anfitriones. Nos fuimos por tierra en caravana, en los carros de algunos de los compañeros y uno manejado por el profesor Chang, que se lo había prestado otro profesor. Las tres muchachas de la promoción de eléctrica, Frances Applewhite, Beatriz Nieto Chicco y Nelly Whanón viajaron en un avión de la Corporación de Guayana, en compañía del profesor Antonio Álamo Bartolomé, quien ocupaba un alto cargo en esa empresa y había programado la invitación y la visita. También asistió un nutrido grupo de ingenieros mecánicos y creo que alguno que otro ingeniero civil, pero esto último no sé de dónde lo saqué. La foto que encabeza esta crónica corresponde al evento que se realizó el 16 de agosto de 2012 en el Colegio de Ingenieros de Venezuela para celebrar los cincuenta años de graduados. Hace un tiempo recibí por vía electrónica una serie de fotos de la visita al Guri, pero creo que me va a ser difícil encontrarlas en el disco duro de mi Mac.
Entrando la noche ya habíamos rodado bastante y el hambre empezaba a hacerse presente, así que nos detuvimos en un restaurante de la carretera, entre El Tigre y Ciudad Bolívar, a comernos algo. Formaban parte del grupo de viajeros algunos rubios como Wolfgang Stockhausen, Moisés Niremberg y Luis Ernesto Christiansen y algunos bastante altos o de regular estatura como Francisco Ripepi, Sandro Grimaldi y Gonzalo Van Der Dys. Wolfgang y Pancho Ripepi eran algo mayores que el resto de la comitiva y se habían unido a nuestro grupo a la altura de segundo año. Ello se debió a que el ser altos incidió en que ambos fueran expulsados de la Universidad Central de Venezuela antes de que nosotros ingresáramos y sólo pudieron regresar y reincorporarse a la UCV después de la caída de la dictadura. Ojo, no estoy diciendo que los botaron por altos, pero los hechos que rodearon sus expulsiones merecen una crónica aparte, así que como Sherezade los dejaré para otra oportunidad.
Lo que sigue quizás les suene más a ficción que a una versión real de los hechos y puede que acierten. A tantos años de distancia sólo recuerdo las cosas más importantes, no creo que pueda ser completamente fiel a los hechos y no hay manera de que me pueda meter en la mente de las personas que aquí aparecen. Si recuerdo muy bien que estábamos en la barra del restaurante, cuando se me acercó una persona de aspecto humilde, no mucho mayor que nosotros. De inmediato indagó hacia dónde nos dirigíamos y yo, siempre conversador, le contesté que íbamos a visitar Guri. Bajando un poco la voz, me comentó que los señores no parecían ser gringos. Yo le dije que no, que no eran gringos, pero no me dio tiempo para aclararle que todos éramos venezolanos, nativos o reencauchados. Me dijo que quería asegurarse de que no eran gringos, por si acaso oían lo que me iba a comentar. Me dijo que Guri estaba muy bonito, pero que era una verdadera lástima que se lo hubieran entregado a los gringos. Todo pendejo es malicioso y mucho más un llanero zamarro como yo, así que decidí seguirle la corriente y fingí aceptar lo que decía, pero sin manifestar mucho entusiasmo. Por un momento se apartó de mi y fue a hablar con otra persona de aspecto muy similar al suyo. Le hablaba casi al oído, ambos volteaban hacia la barra, paseaban su mirada sobre los comensales y afirmaban con la cabeza, como diciéndose que no se habían equivocado.
Como la fisonomía de los gringos era por todos conocida a través de las películas, metodología que no recomiendo para que no vayan a sufrir un desencanto si pisan tierras mexicanas en busca de mujeres bellas, el estereotipo del enemigo, de los rusos, era muy similar. Se pensaba que también eran rubios e igual de altos, pero que se los podía distinguir porque hablaban un idioma incomprensible y poco agradable a los oídos, nada parecido al poquito inglés que ha visto todo el que ha pasado por un aula de bachillerato. Los que piensan que el ruso es un idioma que hiere a los oídos andan bien equivocados, a mi la pronunciación de ese idioma me parece más bien dulce.
El hombre retomó su charla conmigo, pero le fastidiaba que yo le prestara más atención a la arepa que me estaba comiendo que a él y que además fuera tan guabinoso y no le revelara los detalles de nuestros planes. Alguno de nosotros dijo que debíamos seguir, que todavía teníamos que rodar mucho. En ese momento me di cuenta que nos habíamos topado con el oxímoron de la inteligencia policial, ya que el tipo no nos podía dejar ir sin decirnos algo que revelara su pequeña importancia. Cuando estábamos por abordar los vehículos se asomó a la puerta y nos gritó: ¡Saludos a los compañeros Eloy Torres y García Ponce!

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