Con la inteligencia hemos topado
El inicio de la década de los sesenta estuvo caracterizado
por el recalentamiento de la llamada “guerra fría”. En febrero de 1960 el
ministro soviético Anastás Mikoyán,
con su visita a La Habana inició el acercamiento entre Cuba y la Unión
Soviética, hecho que vino a empeorar las relaciones entre el gobierno del
presidente Eisenhower y el nuevo gobierno revolucionario de Cuba. En mayo de
ese mismo año un avión espía estadounidense fue derribado en pleno territorio
soviético y en octubre el líder de la URSS, Nikita Jrushchov, golpeó con uno de sus zapatos el
estrado de delegado que ocupaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Posiblemente
el premier soviético ignoraba que en la Universidad Central de Venezuela ya se
había empleado el poder disuasivo del zapatazo.
A fines de los años
cincuenta el espacio que separaba al edificio de Eléctrica y el siguiente hacia
el oeste, que en ese entonces lo ocupaba la Facultad de Ciencias, había sido
habilitado como área deportiva para la práctica del baloncesto y el voleibol,
pero sólo fuera de horas de clases. Sin embargo los estudiantes poco caso le
hacían a esa prohibición y jugaban cada vez que podían. Sabiendo que estaban
violando una clara disposición, los jóvenes trataba de no hacer mucho ruido,
pero el fragor de la contienda iba subiendo el volumen hasta límites
intolerables. El profesor José Ladislao Andara se encontraba dando clases en el
edificio de eléctrica y en repetidas oportunidades, trepándose en un pupitre y asomándose
por una de las ventanas, les había pedido a los mozos que hicieran silencio,
sin que le pararan en lo más mínimo. De repente se quitó un zapato y de un
envión lo lanzó contra el vidrio de una de las ventanas, que ya estaba
resquebrajado, rompiéndolo. El estruendo y la presencia del zapato en la
improvisada cancha hizo que los estudiantes tomaran las de Villadiego. A raíz
de la enérgica acción del profesor el espacio deportivo volvió a su condición
inicial de reducido estacionamiento para vehículos.
En el lapso de espera entre la terminación de los exámenes del quinto año de
ingeniería, incluyendo la exitosa defensa de la tesis, y el acto académico los
pichones de ingenieros recibimos una invitación para visitar las instalaciones
del complejo de Guri. La logística para los de eléctrica estuvo a cargo del
profesor Roberto Chang Mota, quien nos explicó que sólo teníamos que
trasladarnos al sitio, que el alojamiento y uno que otro agasajo correrían por
cuenta de los anfitriones. Nos fuimos por tierra en caravana, en los carros de
algunos de los compañeros y uno manejado por el profesor Chang, que se lo había
prestado otro profesor. Las tres muchachas de la promoción de eléctrica,
Frances Applewhite,
Beatriz Nieto Chicco y Nelly Whanón viajaron en un avión de la Corporación de Guayana, en compañía
del profesor Antonio Álamo Bartolomé, quien ocupaba un alto cargo en esa
empresa y había programado la invitación y la visita. También asistió un
nutrido grupo de ingenieros mecánicos y creo que alguno que otro ingeniero
civil, pero esto último no sé de dónde lo saqué. La foto que encabeza esta
crónica corresponde al evento que se realizó el 16 de agosto de 2012 en el
Colegio de Ingenieros de Venezuela para celebrar los cincuenta años de
graduados. Hace un tiempo recibí por vía electrónica una serie de fotos de la
visita al Guri, pero creo que me va a ser difícil encontrarlas en el disco duro
de mi Mac.
Entrando la noche ya habíamos rodado bastante y el hambre empezaba
a hacerse presente, así que nos detuvimos en un restaurante de la carretera,
entre El Tigre y Ciudad Bolívar, a comernos algo. Formaban parte del grupo de
viajeros algunos rubios como Wolfgang Stockhausen, Moisés Niremberg y Luis Ernesto Christiansen y algunos bastante altos o de regular estatura como Francisco Ripepi, Sandro Grimaldi y Gonzalo Van Der Dys. Wolfgang y Pancho Ripepi eran algo mayores que el resto de la
comitiva y se habían unido a nuestro grupo a la altura de segundo año. Ello se
debió a que el ser altos incidió en que ambos fueran expulsados de la
Universidad Central de Venezuela antes de que nosotros ingresáramos y sólo
pudieron regresar y reincorporarse a la UCV después de la caída de la
dictadura. Ojo, no estoy diciendo que los botaron por altos, pero los hechos
que rodearon sus expulsiones merecen una crónica aparte, así que como Sherezade los dejaré para
otra oportunidad.
Lo que sigue quizás les suene más a ficción que a
una versión real de los hechos y puede que acierten. A tantos años de distancia
sólo recuerdo las cosas más importantes, no creo que pueda ser completamente
fiel a los hechos y no hay manera de que me pueda meter en la mente de las personas
que aquí aparecen. Si recuerdo muy bien que estábamos en la barra del
restaurante, cuando se me acercó una persona de aspecto humilde, no mucho mayor
que nosotros. De inmediato indagó hacia dónde nos dirigíamos y yo, siempre
conversador, le contesté que íbamos a visitar Guri. Bajando un poco la voz, me
comentó que los señores no parecían ser gringos. Yo le dije que no, que no eran
gringos, pero no me dio tiempo para aclararle que todos éramos venezolanos,
nativos o reencauchados. Me dijo que quería asegurarse de que no eran gringos,
por si acaso oían lo que me iba a comentar. Me dijo que Guri estaba muy bonito,
pero que era una verdadera lástima que se lo hubieran entregado a los gringos. Todo
pendejo es malicioso y mucho más un llanero zamarro como yo, así que decidí
seguirle la corriente y fingí aceptar lo que decía, pero sin manifestar mucho
entusiasmo. Por un momento se apartó de mi y fue a hablar con otra persona de
aspecto muy similar al suyo. Le hablaba casi al oído, ambos volteaban hacia la
barra, paseaban su mirada sobre los comensales y afirmaban con la cabeza, como
diciéndose que no se habían equivocado.
Como la fisonomía de los
gringos era por todos conocida a través de las películas, metodología que no
recomiendo para que no vayan a sufrir un desencanto si pisan tierras mexicanas
en busca de mujeres bellas, el estereotipo del enemigo, de los rusos, era muy
similar. Se pensaba que también eran rubios e igual de altos, pero que se los
podía distinguir porque hablaban un idioma incomprensible y poco agradable a
los oídos, nada parecido al poquito inglés que ha visto todo el que ha pasado
por un aula de bachillerato. Los que piensan que el ruso es un idioma que hiere
a los oídos andan bien equivocados, a mi la pronunciación de ese idioma me
parece más bien dulce.
El hombre retomó su charla conmigo, pero le
fastidiaba que yo le prestara más atención a la arepa que me estaba comiendo
que a él y que además fuera tan guabinoso y no le revelara los detalles de
nuestros planes. Alguno de nosotros dijo que debíamos seguir, que todavía
teníamos que rodar mucho. En ese momento me di cuenta que nos habíamos topado
con el oxímoron de la inteligencia policial, ya que el tipo no nos podía dejar
ir sin decirnos algo que revelara su pequeña importancia. Cuando estábamos por
abordar los vehículos se asomó a la puerta y nos gritó: ¡Saludos a los compañeros
Eloy Torres y García Ponce!
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