Raúl Valarino, pionero de la ingeniería eléctrica.
El meollo de este
recuento lo escribí en el 2003, hace doce años, cuando me movían serios deseos
de abordar una historia ligera de la enseñanza de la ingeniería eléctrica en
Venezuela. Ligera en el sentido de que la falta de una fecha precisa no debía
originar un perfeccionismo paralizante y que tampoco debía carecer de
anécdotas. En ese entonces pensé que la mejor manera de ir organizando los
recuerdos, era centrarse en los profesores de la institución pionera, la
Universidad Central de Venezuela, y que Melchor Centeno era el punto de partida
obligatorio. Sin embargo sólo realicé estas cortas líneas sobre Raúl Valarino
Hernández, personaje que unió el ejercicio profesional a la docencia y que
alguna vez quiso incursionar en la política. Pensé seguir con el maestro
Armando Enrique Guía, pero ni siquiera su familia, a la cual contacté a través
de la Internet, me dio respuesta alguna y seguí dependiendo sólo de la escasa
información que sobre él disponía. Abandoné el proyecto, pero pensé que las
líneas sobre Raúl podrían tener una mayor divulgación a través del blog y
procedí en consecuencia. Es poco lo que he añadido, aun cuando muchas cosas han
sucedido en esos doce años, como la sentida desaparición de algunos de los
colegas que aquí menciono, las cuales no incluyo.
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Raúl Valarino (cortesía de AnaIsabel Valarino) |
Volviendo al laboratorio de 1960,
uno de los escollos que teníamos que saltar era entender lo que se pedía en las
guías. Visto en retrospectiva, este fue un buen adiestramiento para poder
comprender más adelante los catálogos de los fabricantes de equipos. Una vez, a
mediados del curso, nos tocó realizar la práctica de la llamada “T mágica”, que
no es más que un puente de medición a radiofrecuencias, que usa como
reactancias variables segmentos de líneas de transmisión de longitud ajustable.
Al final de la práctica, Gonzalo Van der Dys le preguntó al profesor Valarino:
—¿Esta guía no la
escribió usted, no es así?
—No, esa la
elaboró Rodríguez Tamayo ¿Por qué lo preguntas?
—Porque la leímos
y entendimos todo—le contestó Gonzalo con toda tranquilidad y sinceridad.
A la larga Raúl y Gonzalo
terminaron siendo socios, como lo cuento más adelante. Creo que Antonio
Rodríguez Tamayo fue su compañero de tesis, en la promoción de 1956 que tuvo
cuatro integrantes, ellos dos y los hermanos Carlos y Efraín Rodríguez Soto;
esta promoción, la quinta desde 1950 ya que en el 52 no hubo ningún graduado,
elevó el número total de egresados a diecisiete. Fue con Rodríguez Tamayo la
persona con la cual Raúl me mandó a hablar con cuando regresé de Chicago, en
julio de 1964, después que obtuve el Master. Estaba yo sentado en las afueras
del Colegio de Ingenieros y no podía evitar mostrar la cara de preocupación que
cargaba; no era para menos: andaba limpio y sin trabajo. Hizo acto de presencia
Raúl y de la conversación que tuvimos en ese momento, surgió la entrevista con
Rodríguez Tamayo, quien tenía un alto cargo en la entonces incipiente CANTV y
despachaba desde una oficina de la torre sur del Centro Simón Bolívar.
Previamente Roberto Chang había estado de visita por Chicago y me había
expresado que esa compañía estaba interesada en mis servicios. Yo había
realizado mi tesis de grado, junto al catire Luis Ernesto Christiansen y a
Gonzalo Van der Dys, en la Oficina de Planificación y Desarrollo de las
Telecomunicaciones, precursora de la CANTV. El cuento es que no terminé
trabajando en la telefónica ni tampoco en la Compañía Shell que me había
becado, sino que fui a parar a la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la UCV,
pero eso es harina de otro costal.
Al catire Valarino le decían “el
mocho” o “el hombre de la patilla”, debido a que le faltaba la falange del dedo
índice derecho, la cual perdió de muchacho manipulando la cadena de una
motocicleta de su propiedad. Lo de la patilla obedece a ese afán de los
venezolanos de hacer de todo un chiste. Decían que él se iba al mercado libre,
apoyaba el dedo mocho en una patilla y le preguntaba al portugués cuanto
costaba, obteniendo un gran descuento ya que le había metido el dedo. Las
vicisitudes políticas de Raúl me las contó cuando me integré al personal
docente de la Escuela de Eléctrica. No recuerdo a cual candidato de Acción
Democrática se puso a hacerle campaña por todo el país, pero el caso es que
sólo iba para su casa los fines de semana, a cambiarse de ropa y a cumplir con
sus deberes maritales. Recuerdo la frase que empleó, como si la acabara de
escuchar; no fue tan formal como yo lo he escrito, sino que habló de echar un
diminutivo de esa nube que levanta el caballo “Plata” de “El Llanero Solitario”
con la cortina musical de los compases de la obertura de Guillermo Tell de Rossini. Tal como sucedía en esos
tiempos, el candidato de AD ganó la elecciones. A Raúl, como premio, lo
nombraron miembro del directorio de la CANTV. Cuando asistió a la primera
reunión se llevó mayúscula sorpresa, ya que los demás miembros le firmaron un
cheque en blanco al presidente de la compañía, expresando que ellos aprobarían
de antemano cualquier proposición que éste hiciera. No así Raúl, quién no se
sumó al coro de los incondicionales y empezó a ser visto como un personaje
incómodo. Yo siempre lo he dicho: para los políticos no hay nada que estorbe
más que una opinión experta, sobre todo si va en contra de los designios populacheros
e irresponsables. Corta fue la vida política de Raúl; a otros le ha ido mejor.
Yo recuerdo los nombres de algunos profesores que formaron parte de un grupo de
“Profesionales con Piñerúa” y aun cuando éste perdió las elecciones los
docentes no perdieron del todo su tiempo, ya que dos de ellos fueron a la
postre rectores de una destacada universidad venezolana, designados ambos por gobiernos
de la tolda blanca.
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Placa de la AVIEM, galería del Colegio de Ingenieros de Venezuela. |
El Colegio de Ingenieros o más
específicamente la Asociación Venezolana de Ingenieros Electricistas y
Mecánicos, AVIEM, era el sitio de encuentro de muchos de nosotros y algunos
terminamos como directivos gremiales. En diciembre de 1965 regresó de Suecia
Gonzalo Van der Dys y en la AVIEM se reencontró, entre otros, con Raúl
Valarino. Entre otras cosas, los nuevos nos enfrentamos a la llamada vieja
guardia que siempre había dirigido la AVIEM y les ganamos las elecciones. Esa directiva
la presidió Alberto Méndez Arocha, el “Viti” Méndez, y formaron parte de ella
Gonzalo Van der Dys y Paco Barea. A mi me tocó dirigir la revista “Ingeniería
Eléctrica y Mecánica” y luego formé parte de la siguiente directiva, la cual
presidió Luis Alvaray. De esa época recuerdo los sabios consejos que nos daba
la experimentada voz del vocal Reinhold Pedersen, “Julius” como lo llamaba con afecto Raúl. Con el contacto permanente en
la sede el CIV creció la amistad entre Gonzalo, Raúl, Manolo Díaz Hermoso y
Fabio Osorio. Acicateados por el gusanito de mejorar el ejercicio de la
profesión (el idealismo puro que ojalá no se acabe nunca, en palabras de
Gonzalo) empezaron a pensar en la creación de una empresa de ingeniería que
llenara el vacío que había en la parte electromecánica, ya que prácticamente
sólo existían “Epsilon” de Carlos Rodríguez Soto en electricidad y “Otepi” en
mecánica. La primera de las grandes, Tecnoconsult de Francisco González Pérez,
fue creada apenas en 1967 y luego surgió Inelectra, creación de mi preparador
de máquinas eléctricas Rubén Halfen, de su concuñado Moisés Niremberg mi
compañero de estudios y amigo desde quinto año en el Carlos Soublette y del
profesor de todos nosotros Luis Bertrand Soux. Gonzalo sale de Ericsson en l968
y junto con Raúl Valarino, Manuel Díaz Hermoso y Fabio Osorio, deciden formar
la compañía “Arges”, representación mítica del rayo en la tormenta, de donde
proviene los vocablos argentum: plata (la cual nunca obtuvieron con esa
empresa) y derivados tales como argentina.
No por ser el mayor del grupo, sino por sus dotes naturales, Valarino
fue el líder, cabecilla, ideólogo y mentor de la empresa pero, lamentablemente
para una empresa comercial, demasiado idealista y puro. Prueba de ello fue el
destino de la empresa “Alef” (la primera letra del alfabeto hebreo y título del
cuento más notable, en mi opinión, de Jorge Luis Borges). Esta fue creada por
el mismo grupo al año siguiente, 1969, para dedicarse a la ejecución de obras y
complementar las funciones de Arges. Mientras estuvo a cargo del grupo inicial,
la compañía nunca arrancó y todo el tiempo se les fue en hacer planes y
presentar presupuestos; como al año se la vendieron a Florencio Bustamante y a
Fabio Osorio, quienes la pusieron a valer y se dice que lograron buenas ganancias
por muchos años.
Gonzalo confiesa que su relación
con Raúl Valarino se transformó en una gran amistad, signada por una profunda
admiración de su parte. Añade que el espíritu organizador y el empuje de Raúl
fue lo que permitió arrancar con esas empresas que, en lo personal, le dieron a
Gonzalo las bases para ejercer profesionalmente y sobrevivir hasta el día de
hoy.
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Esta foto debe haber sido tomada de noche, la camisa es manga larga. (Cortesía de AnaIsabel Valarino) |
A mediados de 1995 me encontraba
yo residenciado en la Isla de Margarita y leí en el periódico que se le
rendiría un homenaje al profesor Raúl Valarino. ¿Qué nueva cosa buena habrá
añadido Raúl a su palmarés, para que se le reconozcan sus méritos? fue la
pregunta que me hice. Al leer la noticia encontré la triste respuesta de que
simplemente había muerto. Falleció el 9 de abril de 1995, cuando le faltaban
menos de cuatro meses para celebrar treinta y nueve años de graduado. Los
egresados de la promoción de Ingenieros Electricistas de diciembre de ese año lo
nombraron su padrino póstumo. Me imagino que esta distinción la disfrutaría
desde las alturas, con el saco del traje recostado en una nube, luciendo su
camisa blanca manga corta de cuello y su corbata de lacito, tratando de
determinar quiénes de sus ahijados iban a parar en docentes, quienes serían
buenos ingenieros y quienes simplemente se ganarían la vida de alguna otra
forma.
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